domingo, 2 de agosto de 2015

§30 La pila del robot

(Entrada dedicada a mi amigo J.M.G.)

Escena de Autómata (2014) de Gabe Ibáñez.

Voy a divagar un rato sobre la precisión del lenguaje. Para ello, lo mejor es ponerse en el contexto de las máquinas lógicas, que demuestran lo poco concreto que puede llegar a ser.
Tomemos la palabra reflexivo, que tiene dos significados perfectamente diferenciables. Por un lado denota al que piensa antes de hablar o actuar. Por otro, al que es capaz de reflejar y, en algunos contextos, reproducir. La película que nos ocupa (y gran parte de la ciencia-ficción) se podría decir que trata de la capacidad reflexiva de las máquinas, con un claro margen de error.
En la escena, el marido, se queja de que su perro está muerto y que únicamente le pidió al robot que se lo cepillara. ¡Hombre, dicho de ese modo, menos mal que el robot no decidió calzárselo, en el sentido no admitido por la RAE! Cualquier robot se lo hubiera cargado (sin cogérselo), sobre todo si se habla de cepillar al mejor amigo de su mujer. Si hubiera sido un examen, también se lo habrían cepillado a él.
Bromas aparte, la mayor se encuentra en buscar argumentos que apoyen nuestra reclamación, tanto en las cláusulas de las pólizas de seguros, como en el manual de instrucciones de un electrodoméstico (y eso que en este caso se cuenta con una versión en español -ver la portada-). Todos los actores de la sociedad, para regocijo de los abogados, están sujetos a la interpretación que se dé de estos textos y el relato del siniestro (el demandante no tiene que serlo y el siniestro, tampoco -ya me estoy liando y liándote-).
En otro orden, que el robot sostenga el cepillo (sin pedir nada), en actitud sospechosamente inocente, me ha recordado (perdonen a mis neuronas) la escena en la que Roger O. Thornill agarra el cuchillo criminal en Con la muerte en los talones (1959), de Alfred Hitchcock. Curiosamente ambas películas fueron presentadas en el Festival de San Sebastián, en el 63º y 7º, respectivamente (también se puede relacionar a Hitchcock con la suegra del protagonista, dicho sea de paso).
Por último, quiero añadir que se ha hecho escarnio debido a la extensa relación de los filmes homenajeados (o expoliados) por esta película. Aunque no es mi estilo, quiero añadir a la lista Hardware (1990), de Richard Stanley, en la que también se dan cita robots, desierto y Dylan McDermott.

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Cary Grant es el protagonista de una novela de espías titulada 54 (2002) de Wu Ming (Foundation), pseudónimo de un grupo de escritores italianos. La trama le situa en Hollywood, tremendamente aburrido con su nueva vida después de haberse retirado de su carrera como estrella de cine. Tanto Alfred Hitchcock como el MI6 están intentando convencerlo para que vuelva a actuar. Mientras que la propuesta de Hitchcock es clara y precisa (el maestro del suspense está preparando la filmación de Atrapa a un ladrón (1955), aquella del MI6 es vaga y poco plausible: Grant tiene que viajar a Yugoslavia para encontrarse con el presidente Tito. Fuente wikipedia

54 también es un número natural, compuesto y abundante, un número de Leyland, el código telefónico de Argentina, el número atómico del Xenon y una película de 1998, de Mark Christopher, sobre una discoteca. Fuente wikipedia


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