martes, 27 de diciembre de 2016

§86 Realidad virtual

Es hielo abrasador, es fuego helado,
es herida que duele y no se siente,
es un soñado bien, un mal presente,
es un breve descanso muy cansado.

Es un descuido que nos da cuidado,
un cobarde con nombre de valiente,
un andar solitario entre la gente,
un amar solamente ser amado.

Es una libertad encarcelada,
que dura hasta el postrero paroxismo;
enfermedad que crece si es curada.

Éste es el niño Amor, éste es su abismo.
¿Mirad cuál amistad tendrá con nada
el que en todo es contrario de sí mismo!
Francisco de Quevedo

Me contaba un compañero que en una escapada de fin de semana había hecho parada rápida en Avila para una visita al Palacio de Polentinos, reconvertido desde 1993 en Archivo histórico militar, y que alberga un museo. La gracia y pertinencia del asunto está en que su hijo Diego, ante uno de los maniquís uniformados que jalonan el recorrido, exclamó:
—¡Mira, papá, un hombre disfrazado!
No hace demasiado tiempo, la sala habría estado llena de público y algún transeunte ofendido le habría interpelado por la interferencia o por infantil. Pero en la actualidad el ejército es materia que no se airea y los museos inspiran poco o a rancio. Así que su definición se me antoja imprecisa solo por lo que al primero se refiere: el hombre, o el muñeco, según se mire.
Aunque la imagen, trasunto de la sociedad que nos ha tocado, da para más reflexiones. Así, el remedo simula ser un hombre y el uniforme le convierte en soldado. Le sitúa en un contexto, perteneciente a un grupo o un bando, con una identidad y unos valores (disciplina, valor, protección, lealtad y sacrificio), que hoy son tan poco estimados, ¡que se le tacha de títere! Como la mona de la seda. Y es que el alistamiento viene de lista y no de listo (y resulta una aceptable salida profesional y no lo contrario).
Si hablamos de indumentaria, solo hay que ver a frailes, payasos, cocineros y policías (si encontramos alguno). La utilería adecuada también es parte indispensable, aunque parezca que no hayan evolucionado el agricultor, el sastre o el médico. Es curioso que alguno de los citados haya sabido reconvertirse y, como las glorias del celuloide, pueda exprimir su caché en televisión. Esto me conduce a la interpretación.
Cuando el actor afronta un papel empieza con la ficha de su personaje, rellenando los huecos de su currículum vitae, para que se adapten al guión, como si se tratara de una entrevista laboral. Estar correctamente ataviado también le ayuda a meterse en su piel, comprender cómo se siente y cómo se desenvolverá después —también del traje— o qué voz tendrá (en el teatro romano a la máscara se la denominaba per sona, literalmente "por sonido", ya que la voz era un rasgo fundamental para la identificación de los papeles, como actualmente lo es para los doblajes de los actores famosos).
Imaginemos a Simon, un vendedor de coches que finge ser un espía en apuros, como método para seducir fácilmente a las mujeres. Harry, un agente de contraespionaje, trata de parecer un vendedor de suministros informáticos; aunque lo más grave es que trate de demostrarle a su pareja que su trabajo es apasionante. Juno, ejecutiva de una empresa de importación de arte, tapadera de grupos terroristas —no puedo evitar que me asalte la imagen de unos puzzles en los que cabezas, cuerpo y pies son intercambiables (¿a lo mejor Cameron tuvo uno?). Pero creo que me estoy desviando...—
Prácticamente todos los personajes tienen otro trabajo vocacional, de riesgo asegurado, que gana en importancia sobre la propia vida. Salvo Helen, que aunque también engaña, es exactamente lo que parece: una mujer crisálida a punto de metamorfosear (por cambio total e irreversible). Algo así cuenta Mentiras arriesgadasMentiras verdaderas en Hispanoamérica, que sí refleja el oxímoron del título original, True lies—.
Escena de Mentiras arriesgadas (James Cameron, 1994)


[Para los que buscan los créditos musicales: I Never Thought I´d See The Day (Sade), Alone in the Dark (John Hiatt) y Shadow Lover (Brad Fiedel)] 

La elección de la escena se debió, en parte, a las trabas a la divulgación de contenidos por parte de la Fox (curiosamente en España solo la ha editado en DVD, inicialmente licenciada por Universal y sin ningún extra), porque mi primera opción era la escena del corvette: Bill Paxton y Arnold Schwarzenegger llegan a intercambiar asiento, mientras la cámara transita de un lado a otro mostrando sus perfiles. Los dos de ambos. No los profesionales, los de sus caras. Bueno, también —a mi jefe seguro que le encanta cómo Simon intenta cerrar la venta, como buen profesional que es. Mi jefe, evidentemente—.
El coche, que fue diseñado para convertirse en el deportivo americano, estuvo a punto de ser descartado (de la y no por la cadena de producción) por su escasa potencia y su rígida suspensión trasera —no me extraña que Arnold, en la escena, quisiera pensárselo un poco—. No fue hasta que el ingeniero exiliado soviético Zora Arkus (luego, ex-soviético) le metió mano a su motor V8, cuando comenzó su leyenda (el modelo que aparece no es el clásico moderno, sino el de 1958, con ópticas dobles solo en el frontal).
No me resisto a añadir que la cantidad de destellos que se le colaron al operador deben de ser la causa de la obsesión de Cameron por la posición del sol —me refiero evidentemente al rodaje de Titanic, de 1997—.
La escena del estriptis (de strip, desnudo y tease, engañar) es de una de las más recordadas y está entre las más sensuales  —"doucement"— que se han filmado. No le quita ningún valor la referencia más que evidente a Nueve semanas y media (Adrian Lyne, 1986) de la coreografía, el claroscuro, la sumisión ciega y la elección musical; su secreto está en la original parodia de Jamie Lee Curtis, en línea con su papel en la más lograda Un pez llamado Wanda (Charles Crichton, 1988); "la graciosa torpeza, un principio de éxtasis", parafraseando al simpar Jorge Luis Borges (El aleph, 1945).
Como prueba de la importancia que tiene en la película, se puede revisar la francesa Dos espías en mi cama (Claude Zidi, 1991) —que no he podido encontrar en español—. He leído, en varios sitios, la animada decepción de los espectadores que ya conocían las "Mentiras", al no encontrar la discreta exhibición de Miou-Miou y poco sobre los reciclados americanos, el caos controlado y sus armas inteligentes.

 Del canal Diaries of a Movie Geek

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El oxímoron (une los lexemas ξύς oxýs: ‘agudo, punzante’ y μωρός morós: ‘fofo, romo, tonto’, por tanto, él mismo es un oxímoron), dentro de las figuras literarias en retórica, es una figura lógica que consiste en usar dos conceptos de significado opuesto en una sola expresión, que genera un tercer concepto. Dado que el sentido literal de oxímoron es opuesto, ‘absurdo’ (por ejemplo, «un instante eterno»), se fuerza al lector o al interlocutor a comprender el sentido metafórico (en este caso: un instante que, por la intensidad de lo vivido durante su transcurso, hace perder la noción del tiempo).

Para los que gusten de ellos, la página oximoron.com. Yo me quedo con la soledad compartida del blogger.

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martes, 6 de diciembre de 2016

§85 Delirio de negación

- ¿Quién eres tú?
- La muerte.
- ¿Es que vienes por mí?
- Hace ya tiempo que camino a tu lado.
- Ya lo sé.
- ¿Estás preparado?
- El espíritu está pronto, pero la carne es débil. Espera un momento.
- Es lo que todos decís, pero yo no concedo prorrogas.
- Tú juegas al ajedrez, ¿verdad?
- ¿Cómo lo sabes?
- Lo he visto en pinturas y lo he oído en canciones.
- Pues sí, realmente soy un excelente jugador de ajedrez.
- No creo que seas tan bueno como yo.
- ¿Para qué quieres jugar conmigo?
- Es cuenta mía.
- Por supuesto.
- Juguemos con una condición, si me ganas me llevarás contigo, si pierdes la partida me dejarás vivir.
- Las negras para tí.
- Era lo lógico, ¿no te parece?
Diálogo de Antonius Block y la Muerte en El Séptimo Sello (Ingmar Bergman, 1957)

—¡Qué cosas!— Un día escucho en una emisora la incredulidad del locutor de que pueda existir algo como el síndrome de Cotard —volvía a casa escuchando música ochentera, cuando de pronto salta con lo del trastorno, ¡lo juro!—. El también llamado delirio de negación o nihilista es una enfermedad mental relacionada con la hipocondría, en la que el afectado cree estar muerto (que sus órganos se pudren) o que simplemente no existe, vaga como un espectro o es incapaz de tener una muerte. Fuente wikipedia.
Esto no hubiera pasado de curiosidad enciclopédica, de las que me gusta guardar para luego, de no estar atando cabos tras ver El hombre de Londres (Béla Tarr, 2007). Su argumento me parecía que se articulaba en torno al dinero como elemento maléfico —que sea robado le da ese carácter y que de los ricos se diga que están "podridos de dinero", me parece una genial coincidencia— que lastra la vida de con quienes se cruza. Y esto se relacionaba con algunos acontecimientos recientes míos y el destino de una herencia familiar —no por latrocinio, ¡valga Dios!, sino por monetización—. Aunque más tarde que pronto me di cuenta de que se trata de un mcguffin y que los personajes sólo tienen la ilusión de poseer, pero no pueden disfrutar, algo valioso; en castellano, la expresión "papel mojado", lleva implícita la pérdida de valor o el menosprecio, semejante al efecto que suele tener el agua para el director.

Escena de El hombre de Londres

La escena comienza con un descenso vertical de la cámara sobre Maloin y su hija, a quien acaba de sacar del trabajo para evitar que la sigan explotando. Cuando se corra la voz, no tendrá muchas posibilidades de encontrar otro trabajo y, de propina, tendrán que afrontar una demanda por incumplimiento de contrato. Luego la chica le pregunta por la pipa nueva (de espuma de mar, como la de Holmes), el único lujo personal que se ha permitido tras encontrar el maletín, que ha pagado con parte de los ahorros sustraídos de un cajón de su casa. Cuando salgan de la taberna irán a comprar una bufanda de piel de zorro para la chica (en la novela la viste a capricho de arriba abajo). Mientras, el tabernero se lamenta del dinero perdido con el inglés, al tiempo que manosea a la prostituta del muelle al precio de una copa. Ella, impasible, le acompañará sólo si no encuentra otro partido mejor. De la juerga de los parroquianos hablo más adelante.
El autor se toma su tiempo (es la marca de la casa) en encuadrar la decadencia. No esa decadencia romántica que rezuma estilo propio, sino la de los objetos viejos, los que nunca llegarán a antigüedades. Para dar testimonio de que el mundo se ha extinguido y ha quedado en un estado de ruina perpetua.
Todo me lleva a pensar que los personajes han llegado a un punto sin retorno, marcado por el fracaso de sus posibilidades (si es que las tuvieron alguna vez). En la agonía de un eterno presente, en el que no se vive, se padece: el cuarto círculo del infierno. El mundo actual. El fracaso universal de la humanidad.
Tarr por primera vez adapta una obra de un autor tan alejado de su concepción artística como pueda ser George Simenon y la desubica en tiempo y geografía para hacerla espectral: el detalle de que los extranjeros procedan de Londres, lo que podría ser otro mundo, habla de una distancia no solo física —el Brexit no surgió porque sí—. Prioriza la sensación de estar atrapado permanentemente por un pasado, por las decisiones, por todos los compromisos, por los horarios, su familia, el trabajo, la ley ... De forma que sus personajes deambulan por un continuo de días y noches brumosos, donde han de realizar las mismas tareas, una y otra vez. Como Sísifo, quien disfruta irónicamente de la inmortalidad (literalmente se negó a morir), condenado a empujar una piedra hasta la cima de la montaña, en un frustrante proceso que no puede culminar; tenido por astuto, también por mentiroso, se cree que utilizaba a menudo métodos ilícitos para hacerse con las riquezas de los viajeros.
De aquí podría deducirse que se aleja del texto literario (1933), pero hay muy pocas variaciones (la habitual simplificación de diálogos y personajes, y el desenlace, aunque solo por su mensaje). Solo es una sensación. Es la forma que tiene Tarr de narrar, centrado en inmanencia de los personajes, dejando en segundo plano el argumento: para evitar que el espectador se quede con la superficialidad, sitúa los personajes de espaldas a la cámara, obligando al espectador a tomar su lugar si quiere comprender qué le ocurre (en lugar de qué ocurre). Otras veces, mantiene el encuadre, aún cuando el audio advierte que la acción se realiza fuera de campo.
Por ello, al final de la escena, gira la cámara para mostrar algo que llevamos tiempo oyendo, unos figurantes que juegan y bailan al son de un acordeonista que no había sido presentado —al igual que Velázquez en Las Meninas (La familia de Felipe IV, 1656), revela qué ven los monarcas mientras están siendo retratados—. Las escasas notas y la repetición machacona del tema rom, en accelerando, hasta culminar en la danza de taberna, que es otro de los elementos recurrentes del director. Produce cierto extrañamiento y sensación de danza macabra —me viene el recuerdo, tres círculos más abajo, del infierno de Calvario (Fabrice du Welz, 2004)—.

Escena de Calvario

De hecho, la repetición es el tropo que proporciona esta sensación de eternidad. Maloin no solo vive de forma rutinaria, sino que, cuando intenta cambiar su destino no puede obviar los errores de los personajes que ha observado (Brown, sobre todo). Morrison también reconstruye los hechos como buen investigador, hasta llegar a la pista de Maloin, y al final se las apaña para que todo pueda "solucionarse", como si nada hubiera ocurrido. Todo refuerza esa idea tan posmoderna de la "extinción de los acontecimientos" cuando ya no se puede evitar la redundancia —resulta inevitable la comparación con la "buenista" Atrapado en el tiempo (Harold Ramis, 1993)—. 

Trailer de Atrapado en el tiempo


P.S.: En la novela se dice que Maloin lleva treinta años en su oficio de guardagujas y que antes trabajó en la marina. Luego responde que los ferroviarios se jubilan a los 55 años, cuando charla con un gendarme. También recuerda que al subjefe Mordavin le condecoraron a los treinta y cinco años de servicio. De todo ello puede deducirse que le debían quedar pocos años para el retiro. Una eternidad en el tiempo, similar a la condena que le cae al final de la novela, incluso más que los tres o cuatro años que dura una bufanda de piel de zorro, si solo se pone los domingos. ¡Por favor, no calculen!

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La Danza de la muerte o Danza macabra es un género artístico tardo-medieval cuyo tema era la universalidad de la muerte. Se trata de un diálogo en verso y por tanto representable, en que una personificación alegórica de la Muerte, como un esqueleto humano, llama a personas de distinta posición social o en diferentes etapas en la vida para bailar alrededor de una tumba. Era usual que fueran el Papa, el Obispo, el Emperador, el Sacristán, el Labrador, Cortesanos y Posaderos. La muerte les recuerda que los goces mundanos tienen su fin y que todos han de morir. Se cree que las danzas macabras se bailaban durante las representaciones teatrales en el siglo XIV.
Este macabro espectáculo, que se prodigó en toda la literatura europea, tuvo su origen en Francia. El tema dominó la Baja Edad Media y frente a ella no había resignación cristiana, sino terror ante la pérdida de los placeres terrenales. Presenta, por un lado, una intención religiosa: recordar que los goces del mundo son perecederos y que hay que estar preparado para morir cristianamente; por otro lado, una intención satírica, al hacer que todos caigan muertos, con independencia de su edad o su posición social, por el poder igualatorio de la muerte.
Una de las referencias más famosas a la Danza de la Muerte es la que se hace en el citado film de Ingmar Bergman, en la que el personaje Fran Marley (Jof en la versión original) dice a su esposa: "Ya marchan todos, hacia la oscuridad, en una extraña danza. Ya marchan huyendo del amanecer, mientras la lluvia lava sus rostros, surcados por la sal de las lágrimas."
Fuente wikipedia

Wolgemut (1493) Tanz der gerippe. coloriert


sábado, 12 de noviembre de 2016

§83 Cálculo bezoar

En mi yo no vivo ya,
y sin Dios vivir no puedo;
pues sin él y sin mí quedo,
este vivir ¿qué será?
Mil muertes se me hará,
pues mi misma vida espero,
muriendo porque no muero.
San Juan de la Cruz, Coplas del Alma
Tras una visita reciente a Segovia, con parada en el Convento de los Carmelitas Descalzos, donde reposan los restos de San Juan de la Cruz, dejé en el recibidor de mi memoria, unos conocidos versos. Disputados aquéllos, como éstos. Fragmentados, confundidos.
Y solo unos días después, echo mano de ellos, como del paraguas con las primeras gotas, a propósito de cuán ajenas llegan a ser sus vidas o de no haberlas comprendido bien antes. 
Fuera de contexto, parece haber un gran parecido entre mística y erotismo, cuando en realidad solo comparten en el éxtasis el desbordamiento de los sentidos; se confunden experiencias e intercambian resultados, exigiendo máxima comprensión por parte del observador, inquisidor al cabo. Por ello no resulta extraño que la mística (mystikos, cerrado, misterioso) aparezca en momentos clave de la historia de las religiones (sobre todo las monoteístas) y que, cuando se acompaña de manifestaciones físicas sobrenaturales, se la relacione con la santidad o se la persiga por herética, según cuadre. Lo que me lleva al convencimiento de que la mística castellana del s. XVI logró sobrevivir por la conveniencia de su contrapeso al protestantismo; gracias a lo cual se conservó más de una obra maestra de la literatura y otras terminaron en la hoguera.
Una mirada hacia los mecanismos que la generan permite diferenciarla de una simple afición hedonista (masoquista en estos estadios). La teología define la ejercitación del espíritu para la perfección a través de dos vías, la iluminativa y la purgativa. Con la excepción para unos pocos elegidos, de alma tocada por la Gracia, sólo está disponible la vía ascética. De aquí que las privaciones forzosas en determinadas épocas o circunstancias puedan determinar una mayor propensión de los creyentes, incluso espontánea e inconscientemente.
La Bruja (Robert Eggers, 2015), nos acerca un catálogo de experiencias más o menos conocidas o reconocibles, mezclando con mesura lo natural, lo cotidiano y lo espiritual, desde el comienzo mismo, en que la familia de Thomasin abandona cierta confortabilidad por lugares inexplorados, que lindan con lo amenazador. El poblado y el bosque, como metáfora de quienes se apartan (o no) de las normas y optan por asumir riesgos.


La escena, concebida a base de la alternancia de planos y contraplanos directos, eliminando cualquier distracción, se precipita en el momento de regurgitar la manzana indigesta, que resume el triunfo de la provocación sobre la inocencia; más próxima que a las tentaciones bíblicas (Moises, Elías y Jesucristo no parecen tener repercusiones adversas al ayuno y la solitud), a las vistas en Simón del desierto (Luis Buñuel, 1965) y su erotismo irruptor en el comedimiento.
Hablando de tentaciones, largo he guardado la referencia, en cuanto a manzanas se refiere, al cuento de Blancanieves, por los hermanos Grimm, que incluye hasta tres tentaciones, una cinta de pelo, un peine y la fatídica manzana; unificadas en la versión Disney y con la radical diferencia de recuperar a la joven a la vida tras expulsar el trozo atorado en la garganta. Podría resultar que el trago de la manzana es un trance necesario para poder conseguir el deseo —la escena es tan icónica que no me ha costado encontrar el fragmento—.

Escena de Blancanieves y los siete enanitos (David Land, 1937) 

Otro detalle interesante es la utilización de la regurgitación como forma de mostrar la reversión. A diferencia del vómito, que es una reacción natural del cuerpo, el cuerpo regurgitado no ha sido alterado por los jugos gástricos y parece intacto. Guarda cierta similitud con los restos inconvenientes (de cerezas, cierto) que salen en Las Brujas de Eastwick (George Miller, 1987). Sirven para ilustrar, desde la guerra de sexos, la conexión con el demonio (menor) del erotismo que disfrutan las brujas —¡traviesas, acaso pretenden que creamos que no se daban cuenta de que les faltaban huesos!—, vanalizando de paso la contención puritana.


Una de las cosas más curiosas que cabría imaginarse salir de un estómago es un bezoar. La gema o piedra en cuestión se forma por acumulación de restos indigeribles. No parece tan increíble si pensamos en las perlas, ni tan rebuscadas si consideramos las egagrópilas con las que están emparentadas. Históricamente las de cabra fueron apreciadas como preservativo contra el arsénico, lo que es químicamente correcto. 
En el primer libro de Harry Potter, Severus Snape dice en una de sus clases: «Un bezoar es una piedra extraída del estómago de una cabra y te salvará de la mayoría de los venenos.» J. K. Rowling introdujo este detalle aun a sabiendas de que pasaría inadvertido. En la película Snape le hace varias preguntas al niño para evaluarle y solo Hermione —¡cómo no!— sabe de qué se trata.
Y con ésta son tres películas con manzana en una entrada, puesto que en el comedor de Howards aparecen centros con la fruta: ¡5x3 puntos para Gryffindor!

Escena eliminada de Harry Potter y la piedra filosofal (Chris Columbus, 2001) en YouTube

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La palabra bezoar viene del persa pâdzahr, que significa "contraveneno" o "antídoto", pues en la Antigüedad se creía que el bezoar podía curar y anular los efectos de todos los venenos. Aunque no actúa contra todos los venenos como se creía, algunos tipos de tricobezoares (bezoares formados con pelo) pueden anular efectos del arsénico. Antiguamente los boticarios alquilaban o vendían bezoares a muy altos precios.
El origen de los bezoares se encuentran en las montañas del oeste de Persia, donde dieron nombre a ciertas cabras salvajes de esa zona, ancestro de la cabra doméstica. El uso de las piedras llegaría a Europa desde Oriente Medio en algún momento de el siglo XI, siendo muy populares hasta el siglo XVIII.
Un amuleto muy escaso que valía mas que el oro. Solo reyes y gente hacendada podían permitírselos. Se utilizaban engarzados en copas de oro donde se vertía la bebida que podía estar envenenada. Así de esta forma el invitado bebía y brindada tranquilamente.
El bezoar es mencionado en el libro de Oscar Wilde El retrato de Dorian Gray (1890) como proveniente de un ciervo de Arabia, y explica que puede curar la peste. La piedra-bezoar es mencionada en la novela de Augusto Roa Bastos Yo el Supremo (1974), procede del interior de una vaca y tiene propiedades curativas y místicas. Fuente wikipedia

Copa de bezoar del tesoro del galeón Nuestra Señora de Atocha.

viernes, 21 de octubre de 2016

§81 Comorbilidad escocesa

2nd Witch:
"Eye of newt, and toe of frog,
Wool of bat, and tongue of dog,
Adder's fork, and blind-worm's sting,
Lizard's leg, and howlet's wing,—
For a charm of powerful trouble,
Like a hell-broth boil and bubble."
W. Shakespeare, Macbeth IV, I, 14-15
Estos versos que componen el hechizo (quizás) más popular de la historia son (al parecer) un fragmento auténtico de un conjuro de brujas. Y su inserción en la tragedia de Shakespeare es lo que ha venido justificando la suerte de maldiciones que pesan sobre la obra y que afectan tanto al que osa representarla como al que la cita. Aunque hay quien, a sabiendas de la inclinación supersticiosa imperante en el mundillo de los artistas, sugiera que suele representarse más que otras obras del inglés, además de por su calidad, por la sencillez de su montaje y de ahí que los medios puestos y la seguridad de la escenificación no cumplan siempre con los mínimos.
Estos versos fueron adaptados para una escena de Harry Potter y el prisionero de Azkaban (Alfonso Cuarón, 2004), que está en las antípodas de la monserga que el espectro, como un viejo rockero, obsequia a los capitanes en Trono de Sangre (Akira Kurosawa, 1957). El espíritu unifica (su voz también es una superposición) la tríada de brujas (witch) de la obra inglesa. En realidad el bardo las llamó en más ocasiones —seis por una, aunque el recuento no es mío— con el vocablo para fata (weird), reconociéndolas como las parcas o moiras grecorromanas: Cloto (la que mueve la rueca), Lachesis y Atropos.


La universalidad de Macbeth como misterio se relaciona con dos ideas que potencian su halo de mal fario —adoro esta expresión cruce de maleficium y nefarium, crimen nefando—. Por un lado, la natural ambición desmedida del hombre, que le arrastra indefectiblemente hacia un final trágico. Y, por otro, la intervención habitualmente maléfica de los espíritus, sobre todo a través de (y por) el conocimiento de materias vetadas al hombre.
Encuentro oportuno añadir un elemento más para formar una tríada, que relaciona a los anteriores con un hilo, una forma de determinismo que, sin invalidar totalmente el libre albedrío, ajusta las condiciones para que pueda seguir produciéndose una determinada línea del futuro. Yo lo veo como el futuro mordisqueando al presente.

Escena de Trono de Sangre [Solo visible en España y Andorra]

Trailer 

Hace unas décadas, el físico israelí Yakir Aharonov formuló la hipótesis de causalidad en reversa para explicar varios fenómenos de la mecánica cuántica que superan toda lógica basada en la observación. Pese a que sus matemáticas eran impecables, lo extraño y contraintuitivo de su razonamiento hicieron que la mayoría de sus coetáneos desestimaran sus teorías.
La ciencia clásica estaba convencida que las leyes de la física podían ser usadas para determinar el futuro de todo el universo y cada objeto dentro de él. Que teniendo la suficiente información se podría llegar a saber el estado que tomaría cada partícula, persona o planeta.
Sin embargo, la formulación de la mecánica cuántica y el principio de incertidumbre demostraron la imposibilidad de conocer todas las propiedades de una misma partícula en cada momento y que cuanto más precisamente se determinaba un aspecto, menos se obtenía en la medición de otro. Por ello, a escala cuántica, las partículas pueden existir en más de un lugar en el mismo momento (ubicuidad que acaba cuando alguien intenta observarla). Esto es lo que se ha llamado superposición y constituye uno de los misterios centrales de la física actual.
Aharanov sostenía que no se puede percibir toda la información que regula el comportamiento de la materia porque no existe sólo en el pasado, sino que también procede del futuro.
La idea es que las estelas de las mediciones realizadas en el futuro regresan al presente para recombinarse con el pasado, como las de dos barcos que fluyen en direcciones opuestas.
Según esto Dios juega a los dados con el universo precisamente para poder crear una incertidumbre, una especie de distracción, a través de la cual poder ejercer su influencia en el presente, sin que jamás pueda ser sorprendido. Fuente
Así, las predicciones que se le revelan a Washizu-Macbeth en la encrucijada del bosque de las telarañas parecen anticipar sus actos. La intervención sobrenatural abunda en cómo los demonios acechan al hombre, quien toma sus decisiones siguiendo la información que tiene. Por ello en el momento de la revelación se muestra aún incrédulo y cuando tiene la confirmación con el mandato de la Mansión del Norte ya cree posible que se cumplan todos los augurios. Pero todavía será necesaria la intervención decidida de su esposa para que ejecute las maniobras que piensa le asegurarán el resultado.
Una lectura menos dirigida propondría que la simple insinuación al magnicidio hubiera sido suficiente desencadenante, incluso que esa idea estaba ya profundamente arraigada en él (el espectro lo afirma, aunque de forma genérica) y su esposa. Pero esto no hubiera por si solo llevado al cumplimiento de la tercera profecía, la que dice que el hijo del capitán Miki-Banquo llegará también a ser el señor del Castillo de las telarañas.
A este respecto, la obra de Shakespeare toma como fuente las crónicas de Raphael Holinshead, de quien extrajo también los argumentos de otras de sus obras históricas. Y éste, a su vez, parte de la Historia Gentis Scotorum de Hector Boece, de 1527, quien la adaptó para agasajar a su mecenas, el rey Jacobo V, supuesto descendiente de Banquo.
Por ello presumo que el porvenir de Boece dependía de retrotraer los detalles necesarios para que se consumara la historia en forma de maldición. Sin él, Macbeth bien podría haberse mantenido fiel a su rey y tener una generosa progenie. Pero entonces no tendríamos drama shakespereano, ni película de Kurosawa. Tal es el poder cuántico de la literatura. Y por ende, del cine.

P.S.: Sin unos ojos recorriendo estas líneas, no existiría mi entrada. Y, sin ella, Boece se perdería en el mar de datos y los Macbeth no representarían un cuadro ejemplar de comorbilidad mental: ella con su trastorno obsesivo compulsivo (TOC) de lavarse las manos de una sangre persistente y de esquizofrenia en él, en su oir voces y con visiones que le dejan al borde de la parálisis.

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Un brujo o una bruja es una persona que practica la brujería. Si bien la imagen típica varía según la cultura, en Occidente se asocia con una mujer con capacidades mágicas, con el Aquelarre (lugar de brujas) y con la caza de brujas (búsqueda, identificación y purga). Al brujo se le asocia con el vidente o con el clarividente, unos con el chamán (especialista de la comunicación con las potencias de la naturaleza y con los difuntos) y otros con el brujo de tribu, más orientado a la curación de enfermos del cuerpo y del alma. La bruja es un personaje recurrente de la imaginación contemporánea, que perdura y se afirma gracias a los cuentos, las novelas, las películas, así como a través de ciertas fiestas populares y de sus especiales máscaras.
En latín, las brujas eran llamadas maleficae (singular malefica), término que se utilizó en Europa durante toda la Edad Media y gran parte de la Edad Moderna. Hay términos aproximadamente equivalentes en otras lenguas europeas.
La palabra española «bruja» es de etimología dudosa, posiblemente prerromana —¿ibérica?—. La primera aparición documentada de la palabra, en su forma bruxa, data de finales del siglo XIII. En 1396 se encuentra la palabra broxa, en aragonés, en las Ordinaciones y paramientos de Barbastro. En el País Vasco y en Navarra se utilizó también el término sorgin  y en Galicia, la voz meiga.

Trois femmes et trois loups, acuarela de Eugène Grasset, hacia 1900. Acuarela mostrando tres brujas vestidas de blanco, cabalgando en sus escobas y volando en medio de troncos rojos, al pie de los cuales se encuentran tres lobos negros.
El antropólogo español Julio Caro Baroja propone diferenciar entre «brujas» y «hechiceras». Las primeras habrían desarrollado su actividad en el entorno rural y habrían sido las principales víctimas de la caza de brujas en los años 1450 a 1750. En cambio, las hechiceras, conocidas desde la antigüedad clásica, habrían actuado en la ciudad. Como ejemplo de las primeras Caro Baroja pone a la sorgina de la brujería vasca, y de las segundas al personaje de La Celestina de Fernando de Rojas. De esta última dice que, aunque el autor "dibujó su espléndido personaje tomando elementos de la literatura latina, de Ovidio, de Horacio, etc." sus rasgos coinciden "con los que aparecen enumerados en los procesos levantados a las hechiceras castellanas por los tribunales inquisitoriales".
Celestina, dice Carmelo Lisón, vive "rodeada de ponzoñosos ungüentos y de fórmulas mágicas cuyo poder residía en la fuerza del lenguaje" pero "puede además disparar el terrible dardo del maleficio, opera con poderes nocturnos, conjura y obliga al mismísimo Satán".
Yo, Celestina, tu más conocida cliéntula, te conjuro por la virtud é fuerça destas vermejas letras; por la sangre de aquella nocturna aue con que están escriptas; por la grauedad de aquestos nombres e signos, que en este papel se contienen; por la áspera ponçoña de las bíuoras, de que este azeyte fué hecho, con el cual vnto este hilado: vengas sin tardança á obedescer mi voluntad...
Si no lo hazes con presto movimiento, ternásme por capital enemiga; heriré con luz tus cárceles tristes é escuras; acusaré cruelmente tus continuas mentiras; apremiaré con mis ásperas palabras tu horrible nombre. E otra é otra vez te conjuro. E assí confiando en mi mucho poder, me parto para allá con mi hilado, donde creo te lleuo ya embuelto
Fuente Wikipedia

jueves, 7 de julio de 2016

§77 Juego de troneras

«En los mismos ríos entramos y no entramos,
[pues] somos y no somos [los mismos]»
Heráclito
En la anterior entrada —¡qué lejos me parece, pido perdón!— dejaba suspendida una inquietante idea que vuelve a mi con la imagen de un hombre saliendo del río que hay frente a mi casa: la oportunidad perdida y la imposible vuelta atrás para repetir el intento. Al menos, en las mismas condiciones. El hombre no puede volver al mismo río, porque cambia en cada instante, ni él tampoco es el mismo al cabo del tiempo.
Platón interpretó este aforismo como negación misma del conocimiento de las cosas, puesto que todo tiene que ser reformulado constantemente, llegando a despreciar el uso de los sentidos para comprender la realidad.
Heráclito en cambio se refería (unos sesenta años antes) a que la existencia de opuestos en la naturaleza no implicaba necesariamente una contradicción, sino que formaban una unidad armónica, que no estática (panta rei, todo fluye). Suponía que el universo estaba llamado a oscilar entre estados de expansión y reversión de todas las cosas al fuego primordial (su logos es una incipiente formulación del huevo cósmico y el Big-bang).
Aunque este precepto del fuego como principio natural, como lo fuera el agua o el aire para otros filósofos, era más metafórico que fisico y simbolizaba el movimiento y el cambio constante, en suma, el tiempo.
Este tema es obsesivo en la película de La ley de la calle y en todas las escenas hay algo que lo sugiere: las nubes, la sucesión del día por la noche y los múltiples relojes —aunque no lo pretenda, encontrarlos podría llegar a ser un pasatiempo— que avanzan al ritmo de la música de Stewart Copeland, que da voz a sus tictacs. La sensación que resulta es de premura, que asfixia a los personajes (el calor les hace sudar como si se acabara el aire en su confinamiento) y anticipa su final. El chico de la moto ha vuelto, para terminar una historia que había quedado inconclusa.
Este personaje, al que se refieren constantemente como símbolo de un tiempo pasado casi mítico, como el rey exiliado o el flautista (de Hamelin), que todos hubieran seguido por su carisma, es también una manifestación de aquella discordia de Heráclito, el principio contrapuesto que ponía en marcha el mecanismo de la creación, "pues no habría armonía si no hubiese agudo y grave, ni animales si no hubiera hembra y macho, que están en oposición mutua". Pero la ciudad ya no es la misma. Él tampoco. Su momento, como el de las bandas que comandaba, ha pasado, adormecido por las drogas que Rusty tanto detesta (toma batidos y afirma que la coca-cola le deshace interiormente, aunque no para de fumar y beber alcohol) porque han usurpado su trono.

Escena de La ley de la calle (Francis F. Coppola, 1983)

La importancia de la familia consanguínea y los hermanos para Coppola remite irremediablemente a El Padrino (1972) y sus secuelas, aunque está presente en buena parte de sus films, como interpretación personal de los dramas shakespeareanos (fundamentalmente Hamlet, Ricardo III, Rey Lear y Macbeth). La escena comienza con la cómica marcha de Dennis Hopper hacia casa, en la que su sombra juega con la del perro, en otro plano distinto del pasillo, que recuerda a la caverna de Platón.
En el apartamento encuentra a sus hijos, que son unos perfectos extraños, pero increíblemente no le son hostiles. Han logrado superar esa fase y se comportan como bolas de billar (presentes a ras del suelo), que chocan y rebotan en un toma y daca continuo que ya no les produce ningún dolor. Si el padre es una sombra, el chico de la moto, quien ha leído probablemente todos sus libros, apilados por doquier a falta de estanterías, también tiene algo de irreal. Su discromatopsia (la más conocida, que no única, es el daltonismo) está en sintonía con su actitud contra lo establecido y la autoridad, tan propio de la generación beat. El joven Rusty-James —para mi, un beatnik, al que todos consideran una caricatura de su hermano— quizás tenga en su juventud, una oportunidad, la del que todavía no ha agotado su intento.
A continuación, un breve monólogo de Benny (Tom Waits), no presente en la novela original —no me canso de buscar insertos, por las intenciones que demuestran—, refuerza esta sensación del tiempo perdido.
“El tiempo es una cosa muy curiosa. Un elemento muy curioso. Cuando eres joven, eres un niño, tienes tiempo para todo. Luego pasas un par de años de aquí para allá y no es importante. Pero cuanto más viejo eres, más te preguntas: ¿Cuánto tiempo me queda?”
La relectura que hace Coppola de la obsesión por que los peces de colores (luchadores de siam o betta splendens) de la novela original sean liberados en el río, obligando a Rusty, otro pez de agua dulce, a alcanzar el mar, pienso que le debió venir al documentarse sobre el origen de estos peces de la cuenca del Mekong. Inevitablemente surgiría en su mente la asociación con Vietnam y el conflicto que acababa de retratar en Apocalypse Now (1979). Y dado su gusto por establecer simetrías entre sus películas es posible que decidiera invertir el viaje hacia el mar, para mostrar el rechazo de la siguiente generación, los jipis (Rusty y el capitán Willard parecen destinados a suceder a sus desquiciados referentes y ambos terminan tomando otra vía).

- Vamos ¡Lee mi futuro!
- No tienes futuro
- ¿Qué quieres decir?
- Tu futuro se acabó
                                               (diálogo de Sed de Mal)
En otro orden, la realización en blanco y negro con un estilo muy vanguardista en sus angulaciones extrañas y tratamiento del alto contraste, dista mucho del clasicismo de El Padrino, por ejemplo, de forma que parece una obra mucho más temprana. Quizás una vuelta a unos orígenes y gustos más personales, donde Sed de Mal (1956) es su referente. Rizando el rizo, tal vez un intento de tomar el relevo de su admirado Orson Welles, antes de que fuera demasiado tarde, en un típico síntoma de crisis de los cuarenta —para no insistir en las palabras de Benny, añadiré que la experiencia es un regalo fantástico en el billar, pero a partir de cierta edad no te hace ganar campeonatos o pregúntenle a Felson el rápido—.

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El billar es un deporte que obtuvo la carta olímpica en  Atenas 2004, aunque no haya llegado todavía a ser incluido en ellos (se postula que el snooker podría ser deporte invitado en Tokio 2020).
Su origen se remonta a culturas tan antiguas como Grecia y Egipto, pero no fue hasta el siglo XVII cuando empezó en Europa a tomar forma el juego que se conoce en la actualidad. De unos inicios nobles y exclusivos, con destacados personajes históricos entre sus aficionados, como el Rey Luis XI, Napoleón, el Cardenal Richelieu, Deng Xiao Ping y Brigitte Bardot, a lo largo del siglo XX fue tomando mala fama por los antros, las apuestas y los buscavidas que suelen poblar su mundo.
Su nombre parece proceder de la palabra francesa bille, bola, aunque los ingleses defienden la etimología de su fundador un tal Bill Yar. En España se hizo popular entre los afrancesados en tiempos de Fernando VII, de quienes se decía que le "hacían la pelota" cuando le preparaban la situación de manera que le resultase fácil hacer una carambola y meter las bolas en sus respectivos agujeros. Este curioso hecho también se recoge en la famosa frase: "Así se las dejaban a Fernando VII". Fuente wikipedia

R. A. Müller: Geschichte der Universität, 1990, S. 189 (Städtische Sammlungen Tübingen).
Existe una gran cantidad de modalidades de juego, aunque se suele hacer una primera distinción entre juegos de carambolas y el tipo pool (con agujeros o troneras). Su popularidad también ha permitido que parte de su jerga se incorpore al lenguaje cotidiano:
  • Ataque y atacar la bola, también tiro.
  • Banda: cada una de las cuatro repisas elásticas que delimitan la mesa y cuya intervención es tan importante como la de las bolas.
  • Bola blanca o cue ball: es la que el jugador debe impulsar con el taco. En la mayoría de las ocasiones es de tamaño y/o peso diferente de las demás o está magnetizada, lo que explica el misterio de que la mesa la devuelva. 
  • Bola 8 o negra: cuando se juega con las 15 bolas no se considera dentro de ninguno de los dos grupos (lisas o rayadas) y tiene un valor especial que varía según el juego o el momento de este. Suele asociarse al concepto destino.
  • Buchaca  o tronera (procede de burjaca o bolsa de cuero que llevaban los peregrinos)
  • Carambola: doble resultado que se alcanza mediante una sola acción.
  • Carro: falta que consiste en que el taco toca la bola dos veces por estar muy cerco o tocándose.
  • Chapolin: variante del juego en que un jugador elige banda de color.
  • Chamba o acertar por chamba, carambola que sale por casualidad
  • Cosmético, tiza de yeso de color azul
  • Diamante: cada una de las marcas en forma de rombo situadas a intervalos regulares a lo largo de las bandas y que se utilizan como referencia para calcular las trayectorias.
  • Flecha: la parte más fina del taco.
  • Huevera, también triángulo, bandeja para colocar las bolas.
  • Limar: acto de apuntar repetidamente el taco sobre la bola.
  • Lujo o bricol es lanzar a banda antes de acometer la carambola.
  • Piña y hacer una piña: la forma en que se colocan las bolas para comenzar el juego.
  • Porra o maza, la parte más gruesa del taco
  • Puente: la posición del taco sobre la mano
  • Rotura: el saque
  • Seguro: jugada que deja al contrario una posición en que no puede jugar directamente sobre ninguna bola.
  • Taco, el palo de billar.
  • Tacada es el número de carambolas que se realizan en una entrada.

La frase “no dar bola”, que nació junto a las mesas de billar, data de los años 20, cuando ese juego estaba en su apogeo. Era común que a la salida del colegio o cuando se hacían pellas (del diminutivo del latin, pila, pelota), los estudiantes se entretuvieran en algún café anotando carambolas. En ese ambiente, los clientes más temidos por el dueño eran los jugadores novatos, capaces de desgarrar el paño de un tacazo mal dado o romper una vidriera o un espejo. “A ése no le den bola (o bolas)“  era la consigna que recibían en tal caso los estudiantes.
"Cuando jugaba al billar, era como un buen psiquiatra, curé a muchos de sus ilusiones y fantasías"
George Hegerman, conocido como Minnesota Fats, jugador profesional.
"Nunca juegues a las cartas o al billar con un tipo que tenga el nombre de una ciudad en su apodo"
Anónimo (perdedor)


domingo, 19 de junio de 2016

§76 Teatro catróptico

Claudio, rey de una tarde, rey soñado,
no sintió que era un sueño hasta aquel día
en que un actor mimó su felonía
con arte silencioso, en un tablado.
(fr. del poema Los espejos, de Jorge Luis Borges)
Pueda parecer al visitante despistado que hay bastante de esnobismo y de búsqueda de la originalidad por la originalidad en este blog. Más es al contrario, pues no sólo no son un fin, sino que son el resultado del descarte de lugares que, por más de frecuentados, espantan al interés. Y no tanto en lo referido a los datos (que más que ineludibles, son imprescindibles), como a su interpretación. Intentar ejercer de original es, como mínimo, una quimera, cuando el mundo es, cada vez más, un salón de espejos que se multiplican hasta lo indefinible.
Esto —que en absoluto es una disculpa— me sirve para enfocar la atención sobre uno de esos procesos que inconsciente y constantemente realizamos y que tanto ocupan a los semiólogos, la mera comparación de algo con una idea previa o conjunto de símbolos. Cuando se trata de la adaptación literaria puede superponerse el texto original a nuestra visión y, a veces, a una interpretación histórica contrastada. Las semejanzas y diferencias que resultan añaden una intencionalidad de la que pueden extraerse conclusiones, a lo mejor distintas. Y quizás alguna contenga algo original.
Desde el punto de vista filosófico, la emisión del mensaje ya lo transforma en una obra nueva, pero esta línea la dejo para otro día más nublado.
Anamorfismo de Istvan Orosz
La biografía de un escritor está en sus obras; en pocas como en Tristana está don Benito, al tiempo que juega con espejos y bambalinas.
Pedro Ortiz-Armengol, Vida de Galdós (2000) p.309.
Me parece curiosa la frase sobre todo porque las bambalinas laterales son las "patas" del telón de un escenario, un espacio protegido de la mirada del público por donde se mueven el traspunte, el regidor o el director de escena entre un nutrido grupo de tramoyistas, utileros, racionistas o avisadores, comparsas y actores en tránsito (de aquí "entre bambalinas") y que desear que se rompa una "pata" sea de buen agüero en el teatro (deseo de tantas representaciones que se rompa por el uso).
Cuando seleccioné Tristana, fue la de Buñuel, pero acaso canjeé un sambenito por un sanluis. Me explico: suele considerarse Tristana (1892) una obra de su tiempo, decimonónica, exégesis española de Casa de Muñecas de Ibsen (1879); a Buñuel no le gustaba especialmente, pero veía facilidades en su adaptación a la pantalla. Y por ello, aunque se ajusta con bastante fidelidad al argumento original, al menos hasta la mitad —“hasta la rodilla”, permítamese el juego— con sutiles cambios, consigue con un simple gesto dar la campanada para que pueda interpretarse como la (des)ilusión por un futuro (im)posible.
Mire usted señorita. En los tiempos aquellos de mucha religión la gente sabía las cosas por las campanas, y las obedecía. Había toque de agonía, toque de muerto, el de fuego, bandera de gloria, llamado a misa y repliques de gran devoción. La gente oía y allá iban a visitar al agonizante, a enterrar al muerto o a buscar los trabucos cuando tocábamos arrebatos. Hoy ya son otros tiempos. La gente tiene prisa por buscar dinero, no escuchan, hasta se quejan del municipio cuando tocamos a misa porque dicen, fíjese usted, que los despertamos.
Ibid, Buñuel.
Aunque los elementos ya estaban presentes en el texto de Galdós, la visión de Buñuel es más moderna —¡por supuesto!—. Tanto que consiguió la "indiferencia" de D. Manuel Fraga, que sorprendentemente no cambió nada de nada, a pesar de su oposición inicial y el recuerdo del escándalo provocado por Viridiana (1961); algo provocaría que D. Manuel fuera destituido a finales de 1969, aunque tal vez no tenga nada que ver con esta película.

Escena de Tristana (Luis Buñuel, 1970)

Una de las cosas que me llama la atención de las películas de Buñuel es el montaje encabalgado de ciertas escenas, con un diálogo o un narrador que se mete en el siguiente plano, algo que permite una transición dinámica sin introductorias, que lleva directamente a la acción. Esto es tanto más llamativo al comienzo de una película, que es cuando se presenta a los personajes principales: Tristana, Saturna y Saturno, primero que a Don Lope, lo que ya es en sí una diferencia sutil y efectiva.
Que la historia se desarrolle en Toledo y no en las zonas de Cuatro Caminos o Chamberí responde, es de suponer, a la lógica del presupuesto. Toledo encuadra mejor una sociedad tradicionalista que cualquier reconstrucción que se hiciera en aquel momento de Madrid (que también nos parecería provinciana, pero no entonces).
Ya comenté, a propósito de una escena de Buñuel y la Mesa del rey Salomón (Carlos Saura, 2001), el conocimiento y ¿porqué no? cariño de Buñuel por Toledo, por haberse conservado tal y como la llegó a conocer tiempos ha, por sus cuestas y su empedrado, que hace de cualquier avance sea algo más trabajoso, hasta insufrible para un impedido y por si hiciera falta énfasis sobre el desafortunado dicho de que “la mujer honrada la pierna quebrada y en casa”.
Los quites taurinos han evolucionado hacia regates y remates balompédicos, mucho más lógicos para la explanada del colegio y que le permiten poner una zancadilla, como ejemplo de rivalidad, pero también de inmovilismo —mi padre me contó que en sus años, cuando no había otra, componían una pelota de trapo y cualquier cosa, y las porterías, de libros y ladrillos, que para señalar valían, pero lo del juez de línea con banderita es todo un lujo—.
En Galdós, los chicos eran solo huérfanos y habrían alborotado lo suyo (el silencio se hace notar más), y Saturno un mero apunte comparado con el protagonismo que le otorga Buñuel cuando le obsequia con la manzana, sustituto de una naranja y una perra chica —el cambio de fruta no puede ser casual y, por cierto, la moza también come un huevo pasado por agua—. Representa la primera edad de los hombres de Tristana, aunque es tan imperfecto como los siguientes. Como dice su maestro, es vago y anda "papando moscas" (con la boca abierta), pero ¿quién sabe?
A renglón seguido se presenta a Lope, vividor y seductor, de los que van a menos por méritos propios, la tentación de dejarse llevar (Horacio, el tercero, también la defraudará con su fuga mundi) al precio de dejarle colarse entre sus sábanas. Saturna llama a Tristana " la entenada de Don Lope", lo que en principio significa ahijada o pupila, pero que en realidad es la fórmula social que consiente en que vivan bajo el mismo techo.
En la estructura de la película parte de la escena se repite al final, cerrando un anillo en torno a Don Lope, con una intención muy dispar a la literaria, que concluye de esta forma:
Por aquellos días, entrole a la cojita una nueva afición: el arte culinario en su rama importante de repostería. Una maestra muy hábil enseñole dos o tres tipos de pasteles, y los hacía tan bien, tan bien, que D. Lope, después de catarlos, se chupaba los dedos, y no cesaba de alabar a Dios. ¿Eran felices uno y otro?... Tal vez..
Benito Pérez Galdós, Tristana (Madrid, Enero de 1892)
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La anamorfosis es una técnica para la distorsión de una imagen mediante un dispositivo óptico (como por ejemplo utilizando un espejo curvo), o a través de un procedimiento matemático. Su resultado se ha utilizado en arte para forzar al observador a un determinado punto de vista preestablecido o privilegiado (también una forma de esconderlo), desde el que el elemento cobra una forma proporcionada y clara. La anamorfosis fue descrita en los estudios de Piero della Francesca sobre perspectiva.
Esta técnica se utiliza en el cine, como por ejemplo en el Cinemascope, en el que mediante lentes anamórficas se graban imágenes comprimidas que producen una pantalla ancha durante la proyección.
Inicialmente se utilizó para mejorar la estética de los edificios debido a la distorsión por acercamiento del espectador, como en los templos griegos y romanos, como para ampliar los espacios interiores (trampantojos). El espectacular resultado de Bramante para la Iglesia de Santa María presso San Satiro (1488, Milan) popularizó esta técnica en las iglesias renacentistas.
En la pintura, el más conocido es el efecto en el cuadro Los Embajadores, de Hans Holbein (Jean de Dinteville y Georges de Selve, c.1533) donde hay una calavera anamórfica, interpretada por unos como vanidad, por otros firma del autor (hohle bein, en alemán hueso hueco, recuerda a Holbein).
El afán de captar la imagen de las cosas llevó a los artistas del XVI y XVII a diseñar instrumentos como las pirámides visuales, las linternas mágicas y las cámaras oscuras, cuyos efectos todavía asombran a muchos espectadores (el año pasado pude disfrutar de que hay en la Plaza Vieja de La Habana).
Durante el diecinueve, la anamorfosis ayudó a los artistas románticos a expresar sus sentimientos. En este período surgen nuevos técnicas más complejas, como los espejos mágicos, dibujos distorsionados que difícilmente pueden reconstruirse sin ayuda de un espejo específico.

La solución es Julio Verne
En 1991 los hermanos Quay hicieron el mayor homenaje fílmico en su Anamorphosis o De Artificiali Perspectiva.

Algunos dibujantes de excepcional imaginación, como Piranesi en el siglo XVIII (época de la arquitectura visionaria) y Escher en el XX (época del surrealismo), han utilizado las perspectivas de tal modo que falsean el propio concepto de realidad visible. Las escaleras, muy utilizadas por ambos (en Escher, invirtiendo su sentido de forma extrañamente verosímil, pero imposible), son un recurso habitual en los trampantojos, debido a su complejidad (líneas y planos proyectándose y rotando en el espacio). Su dinamismo también se ha utilizado en el cine (Escaleras de Odessa en Acorazado Potemkin, de Serguei Eisenstein, de 1925, las que utiliza recurrentemente Alfred Hitchcock o las móviles del Colegio Hogwarts en la serie de Harry Potter).
La decoración urbana, que comenzó a utilizar el trampantojo en el Renacimiento, y especialmente con la arquitectura efímera del Barroco, sigue usándolo, tanto en su vertiente regular-institucional (Richard Haas) como en su vertiente irregular (por artistas callejeros más o menos espontáneos, como Julian Beever, Banksy Eduardo Relero o Zilda). Fuente wikipedia


jueves, 2 de junio de 2016

§75 Forámenes del cráneo

Entonces, poseído por la más absoluta desesperación, hice mi acto de fe, y ya iba a cerrar los ojos para aguardar la muerte, cuando vi abrirse por encima de mi cabeza el agujero del pozo y descender en un ataúd a un hombre muerto, y tras él su esposa con los siete panes y el cántaro de agua.
Las Mil y una Noches, XLI El cuarto viaje de Simbad el Marino.
No podría decir las veces que he visto El jovencito Frankenstein (Mel Brooks, 1974), pero casi tantas como he leído reescritos los mismos comentarios, extraídos de las dos fuentes principales y más accesibles sobre la película, incluidos en cualquier edición digital, a saber, el audiocomentario del director y una entrevista de treinta y tantos minutos a Gene Wilder, co-guionista y autor de la idea original. A pesar de todo, la sensación que retengo es que cada visionado permite apreciar nuevos detalles, antes desapercibidos, ¿que no es posible? Pues el mismo Mel Brooks lo reconoce en el citado audio y se le puede considerar una autoridad en la materia.
Dicho esto, invito a aquellos que no hayan visto todavía la versión original a que no pierdan el tiempo (en otra cosa), porque los juegos de palabras y las resonancias no tienen traslación posible y se están perdiendo parte de la experiencia. Me gustaría decir que el vídeo siguiente tiene esa misma intención (desconozco sus motivos y, francamente, no creo que los aprobara), solo es una mixtura de instantes tan conocidos que no hará falta traducción; el que contiene la escena que quería comentar fue bloqueado por los que detentan aún los derechos legales, como si con ello ganaran alguna batalla a la piratería, pero no me entretendré en discutir más eso.

¡Dentro vídeo!

Según los testimonios, parece que el proyecto empezó a interesar a Brooks cuando Wilder (irónicamente se trata de una b&w movie) sugirió que el doctor se habría cambiado el apellido para evitar el menosprecio por su antepasado. Este cambio no sólo es una idea con muchas posibilidades (como luego demostraron), sino que es algo muy presente en el subconsciente de todos aquellos que han sido perseguidos, los emigrantes en general y es más que evidente en los judíos que llegaron a Estados Unidos a lo largo del siglo XX, muchos de los cuales buscarían refugio en la farándula (que es de armas tomar, como la legión extranjera) y de ahí, a los escenarios y el cine. Para esta película se reunieron un número considerable de ellos, hasta el punto de que se podría considerar una película coincidentemente judía.
Pero lo que espera toda buena madre judía para su hijo es que abra una consulta médica en Manhattan o alrededores, y las cabezas de los demás siempre han dado mucho juego (particularmente la psiquiatría, la estética y la estomatología). Freddy seguro que tuvo algún contratiempo anterior, puesto que le encontramos en la Universidad, que da prestigio y poco más —¡podría ser peor, podría tener que sustituir a Joel Fleischman en Alaska!—.
Precisamente le encontramos a punto de hacer una demostración práctica ante sus estudiantes, que se asemeja más de lo que debiera a lo que zurujanos, sacamuelas y vendedores de pócimas representaban en cada una de sus estaciones; como también es curioso que el protagonista de El médico (Phillipp Stölzl, 2013) hubiera de circuncidarse para ingresar en el bimaristán de Avicena.

ADN Normal
La insistente inquisición del alumno sobre los experimentos de la materia muerta, que tanto enfurecen al doctor Frankenstein (todavía Fronkonsteen), subrayan uno de los temas centrales del cine sobre la medicina, la ética, en sus distintas variantes:
  • Mad doctors, que en solitario o en grupos marginales, experimentan sobrepasando los límites de lo razonable. Incluso hoy en día, en que se publica e investiga en equipos, es un temor presente (inconsciente). Se le suele denominar el factor Frankenstein.
  • La criatura creada a partir de piezas, comparable al robot (término creado en 1920 por Karel Capek para su novela fantástica Russum's Universal Robots, derivado del checo robota, 'trabajo obligatorio', generalizado a partir del Yo robot de Asimov, 1940) induce el llamado complejo de Frankenstein, o temor lógico a ser superado por una máquina (no importa en qué campo, por no repetir materia).
  • El beneficio de los transplantes, que, de humanitario en origen, se ha convertido en algo de trascendencia económica y amenaza con la perpetuación del poder.
  • Y, no por último menos importante, la genética y la generación de vida. Tradicionalmente apuntado como una de las preocupaciones de la mujer y, en particular, de Mary Shelley (Mary Wollstonecraft Godwin de soltera, que perdería tres de sus cuatro hijos) cuando gestaba su Frankenstein.
En mi opinión, émulo de George Sand o Fernán Caballero, Fronkonstin ocultaría a Fronkonstina (o así debería ser).
He intentado en vano que Frankenstein me cuente en detalle la creación del ser; pero sobre este punto permaneció impenetrable.
— ¿Está usted loco, amigo mío? —me contestó— ¿Hasta dónde le va a llevar su absurda curiosidad? ¿Es que quiere crear, también, un ser diabólico, enemigo suyo y del mundo? Si no, ¿a dónde quiere ir a parar con sus preguntas? ¡No inista! Aprenda de mis sufrimientos, y no se empeñe en aumentar los suyos.
Mary Shelley, Frankenstein o el moderno Prometeo, 1818, Narración de Walton, v. III, c. 7, p.168-9
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Mary Shelley (1787-1851) a pesar de su producción literaria como narradora, dramaturga, ensayista, filosófica e incluso biográfica, es reconocida sobre todo por ser la autora de la novela gótica Frankenstein y como la esposa del poeta romántico Percy Bysshe Shelley.
Los estudios sobre sus trabajos menos conocidos apoyan la teoría de que a lo largo de su vida mantuvo una actitud política (y vital) muy radical para la época, basada en la idea de que la cooperación y la compasión, particularmente las practicadas por las mujeres en sus familias, son la vía para reformar la sociedad (desafío directo al romanticismo individual promovido por su marido y las teorías políticas educativas de su padre, William Godwin).
En 1816, Mary Godwin, Percy Shelley y su hijo viajaron a Ginebra con Claire Clairmont (hermanastra de Mary y amante ocasional de su marido). Planeaban pasar el verano con el poeta Lord Byron, cuyo reciente romance con Claire había devenido en un embarazo de ésta. El grupo llegó en mayo a Ginebra, en donde Mary comenzó a llamarse a sí misma «Sra. Shelley» (no contraerían matrimonio hasta diciembre tras el suicidio de la primera señora Shelley). Byron se les unió el 25 de mayo, con su joven médico y secretario, John William Polidori, y alquilaron la Villa Diodati, cercana al lago de Ginebra; Percy Shelley más tarde alquiló un edificio más pequeño llamado Maison Chapuis, ubicado en las cercanías. Pasaron el tiempo escribiendo, navegando en el lago y conversando hasta altas horas de la noche.

El perfecto enclave para devorar historias de fantasmas alemanas

Mary Shelley, en 1831, describió aquel verano como «húmedo y poco amable en lo que respecta al clima, ya que la lluvia incesante nos obligó a encerrarnos durante días en la casa». Entre otros temas, las conversaciones se basaban en los experimentos del filósofo del siglo XVIII Erasmus Darwin, del cual se decía que había animado materia muerta, y de la posibilidad de devolverle la vida a un cadáver o a distintas partes del cuerpo. Sentados alrededor de una fogata en la villa, el grupo también se entretenía leyendo historias de fantasmas alemanas —literal de la wikipedia—. Esto llevó a Byron un día a sugerir que cada uno escribiese su propia historia sobrenatural. Poco después, durante un sueño, Mary concibió la idea de Frankenstein. Comenzó a escribir lo que asumió que sería una historia corta y con la ayuda de Shelley llegó a convertirse en su primera novela, Frankenstein o el Moderno Prometeo, que publicaría anónimamente en 1818, aunque la crítica asumió que era obra de su marido (por el prólogo de Percy y estar dedicado a su héroe político William Godwin). Más tarde describiría el verano en Suiza como «el momento en que por primera vez salté de la infancia a la vida real».
La muerte de Percy determinó que tuviera que hacerse cargo de la familia, de las deudas y del legado literario de su marido y de su padre sin descuidar el propio (Frankenstein pago muchas facturas y alguna que otra extorsión).
La última década de su vida estuvo plagada de enfermedades, probablemente vinculadas al tumor cerebral que se sospecha acabó con ella a los 53 años.
En el primer aniversario de su muerte, la familia inspeccionó su escritorio. Allí encontraron trozos de cabello de sus hijos fallecidos, un cuaderno que había compartido con Percy Shelley y una copia del poema de éste titulado Adonaïs, junto con una página envuelta en seda, la cual contenía algunas de sus cenizas y los restos de su corazón. Fuente wikipedia

miércoles, 25 de mayo de 2016

§74 Voces de la noche

♫ In the wee small hours of the morning
While the whole wide world is fast asleep
You lie awake and think about the girl
And never, ever think of counting sheep
When your lonely heart has learned its lesson
You'd be hers if only she would call
In the wee small hours of the morning
That's the time you miss her most of all
When your lonely heart has learned its lesson
You'd be hers if only she would call
In the wee small hours of the morning
That's the time you miss her most of all
En las primeras horas de la mañana
Mientras todo el mundo duerme
Te despiertas y piensas en ella
Y nunca, nunca en contar ovejas
Cuando tu corazón ha aprendido la lección
Serías suyo si solo te llamara
En las primeras horas de la mañana
Es el momento en el que más la extrañas
Cuando tu corazón ha aprendido la lección
Serías suyo si solo te llamara
En las primeras horas de la mañana
Es el momento en el que más la extrañas
[Traducción propia]
Suena la balada In the Wee Small Hours cantada por Carly Simon —inolvidable su Let the River Run, Oscar a la mejor canción en 1989—, que fue escrita por David Mann y Bob Hilliard especialmente para Frank Sinatra (de ahí que en esta versión se haya adaptado la letra para una mujer). Con ella se abría su álbum homónimo de 1955, considerado uno de los primeros "álbum concepto", pues todas las melodías se relacionan con sentimientos de soledad, introspección, amores perdidos, relaciones fallidas, depresión y vida nocturna, cuando hasta entonces lo normal era que los discos incluyeran una selección aleatoria de éxitos.

Sinatra pisó por primera vez España en mayo de 1950 y lo hizo con el único propósito de encontrarse con Ava Gardner, que estaba rodando Pandora y el holandés errante en la Costa Brava
Su portada retrata a Sinatra, parado en una calle misteriosa y desierta, iluminada de azul, reflejo del estado de ánimo del artista tras su separación de Ava Gardner. Fue un éxito de ventas que relanzó su carrera, alcanzando la posición 3 de las listas EE.UU., donde permaneció 18 semanas,  y se convirtió en el mayor éxito del cantante desde Songs by Sinatra de 1947. Rolling Stone lo colocaría en el número 101 de la lista de los mejores álbumes de todos los tiempos.

Escena de Algo para recordar de Nora Ephron (1993)

"¡Bienvenidos a lo mejor de Marcia Fieldstone, psicóloga clínica y la amiga que usted nunca tuvo!"
La protagonista de esta escena es la inefable locutora, doctorada en la misma universidad que la doctora Elena Francis (cum laude, ambas) y su voz calma, hipnótica y llena de esa seguridad que hace que generaciones de corazones solitarios quieran seguir escuchando, profundizando, asimilando, cual mentalista de las ondas. Meg Ryan cede a la tentación y con aparente inocencia consuma el engaño a su prometido, que ronca plácidamente en el dormitorio de arriba. Con un simpático gesto enciende la radio y coge la manzana (el eficaz símbolismo de Eva) que se dispone a pelar, ensimismada con la evocación de un romanticismo que anhela tanto.
A pesar de todo, el tono es tan elevado que abruma. Me refiero a la melodía, la cocina de rosa con esa profusión de detalles de las estampas de los cincuenta, la nevera barrigona. Tienta, incluso hoy, tanto a los románticos irreductibles, como espanta a los más sensatos, que anotan cada uno de los tópicos trasnochados que acumula toda la película. No deja indiferente a nadie, casi seguro porque está fuera del tiempo —no quiero decir que sea intemporal, sino que no encaja en ningún momento, como una ensoñación o un desvelo—.
Sin querer, me viene a la mente El pequeño Nemo en el país de los sueños (Winsor McCay, New York Herald, 1905-1911), el primer clásico del cómic, en el que se cuentan las aventuras de un niño que despertaba siempre en la última viñeta. Pero sus sueños tenían una continuidad narrativa que también enganchaba —claro que también lo relaciono con Matrix (1999), que no tiene nada que ver con ésta—.
Cosas de la noche, que, a veces, juega con la realidad.

Nemo significa 'Nadie', como sabemos por Julio Verne

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El consultorio de Elena Francis fue un programa de radio emitido en España entre 1947 y 1984 de una duración de entre 30 y 60 minutos diarios, estructurados en torno a la correspondencia de las oyentes, fundamentalmente mujeres, en un tono muchas veces cercano a la confidencia.
El espacio surgió en un momento de renovación de los contenidos de los programas de radio como soporte publicitario del naciente negocio cosmético, pero pronto se reveló como una fenomenal forma de adoctrinamiento para la mujer dentro del régimen franquista (al que llegó a sobrevivir un tiempo). Detrás de la supuesta doctora se creó un grupo de "expertos", incluido un sacerdote y un psicólogo, que preparaban los guiones que interpretaron sucesivamente tres locutoras Maria Garriga, Rosario Caballé y, la más recordada, Maruja Fernández. A partir de 1966 se encargó de esta tarea el periodista y crítico taurino Juan Soto Viñoto —¡vaya usted a saber porqué!—.
Todo estaba estudiado, la música, la lectura de la pregunta de la oyente, un breve paréntesis amenizado por una melodía, en que parecía que la doctora meditaba la respuesta y el comentario. Era como un ritual, una misa, en que había muchas Francis, la amiga, la confidente, la directora espiritual, pero también la censora, la juez y la represora.

—"Hazte amiga de Francis"— rezaban las voces sobre el tema Indian Summer (también tuvo su versión por Frank Sinatra), que he llegado a odiar sin paliativos.
Cuando en 1982 Gerard Imbert en su libro Elena Francis, un consultorio para la transición, reveló la inexistencia del personaje y que se habían aprovechado de la ingenuidad de las mujeres españolas, los responsables todavía tuvieron la desfachatez de afirmar que “Elena Francis existe, es un ente físico. Se trata de una señora muy digna, muy preparada y muy amante de su intimidad, que tendrá en la actualidad entre 68 y 70 años. No es posible hablar con ella porque sigue una norma estricta de no conceder entrevistas ni aparecer en público".
Lo único auténticamente real eran las 20.000 cartas que llegaban cada mes de toda España al Instituto de Belleza bajo seudónimos como “una desgraciada”, “una mujer que sufre”, “una esclava del amor”, “una despechada”, “una víctima de su propio error” o “una pecadora arrepentida”. Fuente El País

jueves, 19 de mayo de 2016

§73 Frontera garbancera

Humpty Dumpty sat on a wall,
Humpty Dumpty had a great fall.
All the king's horses and all the king's men
Couldn't put Humpty together again.
Humpty Dumpty en un muro se sentó,
Humpty Dumpty de él se cayó.
Ni todos los caballos ni todos los hombres del Rey
pudieron a Humpty recomponer.
(originalmente no se decía que Humpty Dumpty era un huevo)
Al cine siempre le han fascinado las fronteras. Eso es tanto como decir que al hombre siempre le ha interesado hasta dónde podía llegar. Sin esa capacidad, es difícil que se hubiera producido avance alguno. Pero por necesaria no deja de ser una arbitrariedad más. Cada uno establece unos límites y, de alguna forma, se llega a un acuerdo sobre dónde quedan. La frontera establece desde entonces la seguridad del ser y el no ser, del bien y del mal, del yin y del yang. El dualismo intrínseco a todo lo existente en el universo, si nos atenemos al taoísmo, traído a lo cotidiano.
Ahora bien, en el mundo real no es fácil distinguir en qué lado estamos. Vemos la frontera como el borde de una silueta demasiado grande para saber a qué pertenece. Vivimos en la tranquilidad de la existencia de unos límites, ignorantes de todo, de lo que contienen y de lo frágiles que pueden llegar a ser. El drama está servido. Por eso al cine le gustan tanto.

Escena de Sicario, de Denis Villeneuve (2015)

Inevitablemente las tomas cenitales de esta película recuerdan, al menos al espectador español, las estampas de los créditos de La isla mínima, de Alberto Rodríguez (2014). Pero discrepo de los que ven una misma intención en ambos realizadores, lo que sería como decir que el recurso tiene una única lectura. Al menos en este caso, la elección queda justificada en un primer apunte de un personaje omnipresente, Juárez (México), la Bestia, anunciado con una llamada amenazadora, que se extiende por todo el más allá de la frontera: una malla de alambre que no logra contener el ansia del zorro, que antes o después encontrará un hueco para su zarpa o excavará una madriguera por la que colarse en el gallinero.
Si no fuera por las trompas apocalípticas y la parafernalia de la administración americana, tendríamos dificultades para saber si estamos del lado de los raposos o de las plumíferas. Por eso tras una escena inicial demoledora, que determina en qué lado debemos estar, despegan los helicópteros y ya nada está tan claro, si perdemos de vista por un instante el norte, puede que ya no sepamos a qué atenernos.
No se trata de un descenso a los infiernos —como he leído, aunque reconozco que subir y bajar también puede llevar a la desorientación— al modo griego, entre otras cosas por que el héroe (debería poner heroína pero podría inducir a confusión) no llega a establecer un contacto directo con Hades. El mito del descenso se puede estructurar en tres fases diferenciadas: la separación, la iniciación a través de las pruebas y el retorno, que no se cumplen en esta ocasión. Su papel está más cerca de los chicos que en otra escena juegan al fútbol: lanzas la moneda y te toca un lado del campo. Quizás de ahí esa sensación de haber sido manipulados, sobre todo con respecto al protagonismo, pese a que el título ya lo advertía.

“La muerte es democrática, ya que a fin de cuentas, güera, morena, rica o pobre, toda la gente acaba siendo calavera”-  José Guadalupe Posada
También me llama la atención que uno de los carteles de la película utilizara un grafo de una calavera. Durante el gobiernos de Benito Juárez ésta acompañaba a escritos críticos y de denuncia. Precisamente el director decía en una rueda de prensa durante la presentación en Cannes que se deberían hacer más y más películas sobre la frontera mexicana, hablando de la violencia omnipresente y su sentimiento de responsabilidad como americano (cf. La Vanguardia).
"No está lejano el día en que tres banderas de barras y estrellas señalen en tres sitios equidistantes la extensión de nuestro territorio: una en el Polo Norte, otra en el Canal de Panamá y la tercera en el Polo Sur. Todo el hemisferio será nuestro, de hecho como, en virtud de nuestra superioridad racial, ya es nuestro moralmente" William Howard Taft, vigesimoséptimo presidente de EE.UU.
Cierto es que estas palabras las pronunciaría años después del encuentro con Porfirio Díaz —sino le pegan el tiro seguro—, cuando estaba sin resolver el tema de la frontera del río Bravo, que marcaba la frontera entre ambos países, por la mala costumbre del río de cambiar de cauce con el tiempo: había dejado parte de México al norte del río y parte de Estados Unidos al sur, una zona llamada El Chamizal, disputada por ambos países.

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La historia de La Catrina empieza durante los gobiernos de Benito Juárez, Sebastián Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz, cuando se empezaron a popularizar textos escritos por la clase media que criticaban la situación del país y la actitud de las clases privilegiadas. Redactados de manera burlona y acompañados de dibujos de esqueletos vestidos con ropas de gala se empezaron a reproducir en los periódicos llamados de combate.
La versión original procede de un grabado en metal del caricaturista José Guadalupe Posada. Originariamente es conocida como la Calavera Garbancera. «Garbancera» es la palabra con la que se conocía entonces a las personas que vendían garbanza, que teniendo sangre indígena pretendían ser europeos, ya fueran españoles o franceses (esto último más común durante el Porfiriato) y renegaban de su propia raza, herencia y cultura.
Esto se hace notable por el hecho de que la calavera no tiene ropa sino únicamente el sombrero; desde el punto de vista de Posada, es una crítica a muchos mexicanos del pueblo que son pobres, pero que aun así quieren aparentar un estilo de vida europeo que no les corresponde.
«...en los huesos pero con sombrero francés con sus plumas de avestruz».
Diego Rivera fue quien además del nuevo nombre (de catrín, hombre elegante y bien vestido) le dio su atuendo característico, con su estola de plumas, al plasmarla en su mural Sueño de una tarde dominical en la Alameda Central (1947), donde aparece con su creador, José Guadalupe Posada, una versión infantil de Rivera y Frida Kahlo.
Las calaveras literarias, son composiciones en verso tradicionalmente mexicanas que en vísperas del día de muertos se suelen escribir como otra de las manifestaciones de la cultura popular para hacer burla tanto a los vivos como a los muertos, y recordar que todos nos vamos a morir. Están escritas con un lenguaje satírico o burlesco y son textos muy breves pero que reflejan todo el espíritu y festividad del mexicano frente a la muerte. Hoy en día se acostumbra que desde que los niños son pequeños, en la escuela, hagan burla o crítica de algún personaje o situación de interés general o moda con este formato. Fuente wikipedia
   Las Marcelas y las Saras
que al cine van a gozar,
vendiendo hasta las cucharas,
y se embadurnan las caras
porque pretenden gustar,
   serán indudablemente,
sin ninguna discursión,
de improviso o lentamente
esqueleto pestilente,
calaveras del montón.
José Guadalupe Posada