Había prometido dinero para el alquiler, algunas rarezas
discográficas y una cita con una diosa de Empresariales a cambio de mi alma en
cada párrafo de un trabajo original. Casi no hubo tiempo para pulirlo, pero seguro
que le ponían buena nota.
Su padre estaría orgulloso y dispuesto a financiarle otro
año más. Ya vería cómo venderle un postgrado en el que poder echar el resto. Y
si no lograba pronto plaza como profesor, le convencería para preparar oposiciones.
Por eso no puedo comprender que no lo haya presentado aún
y continúe jugando al mus en la cafetería de Derecho.