A sabiendas de que pasaba las horas en un canchal, imaginando discursos y réplicas altisonantes ante un coro de rocas y arbustos,
dispuse enfrentar con sólidos argumentos el absurdo que relegaba mi personaje a convidado de piedra. Como el ático era duro de mollera, de las razones pasamos a la
riña y de las voces, a las manos y al desgraciado desenlace, al resbalar del risco
al que se había encaramado.
Conforme abandonaba la escena para la denuncia sopesé la
conveniencia de, sacando a colación que resolviera venir por
aquello del oráculo, ultimar el asunto señalando a la tortuga (testudo).