“Las cosas son como son.”
No hace demasiado que extraía una escena con la misma
sentencia, que también una madre transmitía a su hijo como legado (El Abuelo que
saltó por la ventana y escapó, Felix Herngren, 2013). Esto seguramente ha
influido en mi elección de hoy. Pero no voy a ceder (todavía) a la comodidad de
repetir argumentos aprovechando la oportunidad que se presenta, sino que trataré de buscar de otra perspectiva, aunque solo sea por puro ejercicio.
Algo parecido hizo Jim Mickle en esta su segunda
oportunidad: Stake land (2010).
En primer lugar, no se debería caer en la trampa de lo anecdótico de si los monstruos que aparecen son vampiros, son zombis o
son un mestizo de ambos (he encontrado vampizombis y zombipiros, que podrían
servir a mi categoría de seres indecidibles). Y esto me recuerda algo que me decía
mi padre, gallego de pro: un gallego es una persona que cuando te la encuentras
en la escalera no sabes si sube o si baja. Alguno pensará que no hay relación,
pero bien sabe el gallego hacia dónde va. El problema es nuestro. Yo lo
interpreto de la misma forma: no me quedaría quieto el tiempo suficiente para
averiguar qué es en realidad y si cumple con la ortodoxia de unos u otros. Huyes,
si puedes, o lo matas, si se deja —¡al gallego no, por Dios!—.
El foco de atención debe ponerse en las personas, en concreto, a cómo afrontan la nueva realidad, si pueden llegar a ser más perniciosos
que las bestias o si se dejan domeñar por el ímpetu del primer vocero que aparezca. Mister
(Nick Damici es también el asaz guionista y, por lo tanto, conocedor de las
entrañas del personaje) podría ser uno de esos personajes que se elevan en estas
circunstancias. En este caso, por la coherencia de sus convicciones y pese a
sus contradicciones y ambigüedades manifiestas —¡hasta podría ser un ortodoncista de Brooklyn! (por la matrícula de su Chevy), con una vida muy convencional—. En esto creo se parece
bastante al Max de George Miller (Mad Max 2, 1981).
La película se decanta finalmente por retratar al guerrero, al hombre de la frontera, a partir de su código de conducta y desde la perspectiva del que lo recibe, su hijo-aprendiz. Bueno, hasta esta escena, que solo se puede entender en un sentido: el alumno (narrador) ha comprendido que su maestro siempre estuvo observando sus evoluciones, hasta decidir que su labor había concluido.
Escena
de Stake Land (2010) de Jim Mickle
Todos tenemos algo de “calaveras”, más o menos. ¡Quién no hace locuras y disparates alguna vez en su vida? ¿Quién no ha hecho versos, quién no ha creído en alguna mujer, quién no se ha dado malos ratos algún día por ella, quién no ha prestado dinero, quién no lo ha debido, quién no ha abandonado alguna cosa que le importase por otra que le gustase, quién no se casa, en fin?… todos lo somos; pero así como no se llama locos sino a aquellos cuya locura no está en armonía con la de los más, así sólo se llama “calaveras” a aquellos cuya serie de acciones continuadas son diferentes de las que los otros tuvieran en iguales casos.Mariano José de Larra, Los calaveras (1935)
Estoy totalmente de acuerdo con la interpretación que Larra daba de los calaveras, que se puede resumir en algo así como "genio y figura". Por eso no me resulta nada extraño que Mister lleve una colgada al cuello. De hecho es algo muy coherente con la estampa del cazador que llega al
poblado y a cambio de mostrar sus trofeos (los colmillos arrancados a sus víctimas
son prueba de su utilidad a la comunidad y de la deuda que tienen con él),
obtiene provisiones, un trago y el hueco en el lecho de la camarera, antes de
proseguir su camino; la obligación de avituallar a los ejércitos, sino de participar en la milicia, es tan antigua como la civilización misma.
Pero cuando llegan a esta parada, el interés de la chica se
decanta por Martin —en una toma cálidamente iluminada, por contraste con el frío exterior—, quien
demuestra con estúpido entusiasmo juvenil que es digno sucesor del gran calavera.
Aunque también se podría interpretar como que Mister por
fin ha encontrado una niñera sensata dispuesta a cargar con el chavalín (esto
es broma, como demuestra la continuación de la película).
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San Sebastián era un soldado del ejército romano que llegó
a ser jefe de la primera cohorte de la guardia pretoriana en tiempos de Maximiliano.
Fue denunciado por ser cristiano y condenado por pertinaz a morir asaeteado. Lo
llevaron al estadio y cumplieron la sentencia dándolo por muerto (la imagen más
conocida del santo le representa vivo y ensartado). Sin embargo sus amigos descubrieron
que estaba aún con vida y lo llevaron a casa de Irene, viuda de Cástulo, otro mártir
cristiano. Ella lo mantuvo escondido y le curó sus heridas hasta quedar
restablecido.
Sus amigos le aconsejaron ausentarse de Roma a lo que
Sebastián se negó, presentándose ante un emperador desconcertado al que reprochó
su conducta por perseguir a los cristianos. Maximiliano mandó entonces que lo
azotaran hasta morir. Los soldados cumplieron esta vez sin error su misión y
tiraron su cuerpo a un lodazal. Los cristianos recogieron sus restos y los
enterraron en la Vía Apia, en la célebre catacumba que lleva el nombre del
santo (288).
Su culto está muy extendido, siendo invocado contra la
peste y contra los enemigos de la religión. Se le llama el Apolo cristiano y es
uno de los santos más representados en el arte. Fuente wikipedia
George de La Tour además de por su forma de iluminar las escenas se
caracteriza por su preferencia por los santos asociados a la peste,
especialistas en prevenir el contagio y mujeres que curan heridos. Fuente
wikipedia