jueves, 7 de julio de 2016

§77 Juego de troneras

«En los mismos ríos entramos y no entramos,
[pues] somos y no somos [los mismos]»
Heráclito
En la anterior entrada —¡qué lejos me parece, pido perdón!— dejaba suspendida una inquietante idea que vuelve a mi con la imagen de un hombre saliendo del río que hay frente a mi casa: la oportunidad perdida y la imposible vuelta atrás para repetir el intento. Al menos, en las mismas condiciones. El hombre no puede volver al mismo río, porque cambia en cada instante, ni él tampoco es el mismo al cabo del tiempo.
Platón interpretó este aforismo como negación misma del conocimiento de las cosas, puesto que todo tiene que ser reformulado constantemente, llegando a despreciar el uso de los sentidos para comprender la realidad.
Heráclito en cambio se refería (unos sesenta años antes) a que la existencia de opuestos en la naturaleza no implicaba necesariamente una contradicción, sino que formaban una unidad armónica, que no estática (panta rei, todo fluye). Suponía que el universo estaba llamado a oscilar entre estados de expansión y reversión de todas las cosas al fuego primordial (su logos es una incipiente formulación del huevo cósmico y el Big-bang).
Aunque este precepto del fuego como principio natural, como lo fuera el agua o el aire para otros filósofos, era más metafórico que fisico y simbolizaba el movimiento y el cambio constante, en suma, el tiempo.
Este tema es obsesivo en la película de La ley de la calle y en todas las escenas hay algo que lo sugiere: las nubes, la sucesión del día por la noche y los múltiples relojes —aunque no lo pretenda, encontrarlos podría llegar a ser un pasatiempo— que avanzan al ritmo de la música de Stewart Copeland, que da voz a sus tictacs. La sensación que resulta es de premura, que asfixia a los personajes (el calor les hace sudar como si se acabara el aire en su confinamiento) y anticipa su final. El chico de la moto ha vuelto, para terminar una historia que había quedado inconclusa.
Este personaje, al que se refieren constantemente como símbolo de un tiempo pasado casi mítico, como el rey exiliado o el flautista (de Hamelin), que todos hubieran seguido por su carisma, es también una manifestación de aquella discordia de Heráclito, el principio contrapuesto que ponía en marcha el mecanismo de la creación, "pues no habría armonía si no hubiese agudo y grave, ni animales si no hubiera hembra y macho, que están en oposición mutua". Pero la ciudad ya no es la misma. Él tampoco. Su momento, como el de las bandas que comandaba, ha pasado, adormecido por las drogas que Rusty tanto detesta (toma batidos y afirma que la coca-cola le deshace interiormente, aunque no para de fumar y beber alcohol) porque han usurpado su trono.

Escena de La ley de la calle (Francis F. Coppola, 1983)

La importancia de la familia consanguínea y los hermanos para Coppola remite irremediablemente a El Padrino (1972) y sus secuelas, aunque está presente en buena parte de sus films, como interpretación personal de los dramas shakespeareanos (fundamentalmente Hamlet, Ricardo III, Rey Lear y Macbeth). La escena comienza con la cómica marcha de Dennis Hopper hacia casa, en la que su sombra juega con la del perro, en otro plano distinto del pasillo, que recuerda a la caverna de Platón.
En el apartamento encuentra a sus hijos, que son unos perfectos extraños, pero increíblemente no le son hostiles. Han logrado superar esa fase y se comportan como bolas de billar (presentes a ras del suelo), que chocan y rebotan en un toma y daca continuo que ya no les produce ningún dolor. Si el padre es una sombra, el chico de la moto, quien ha leído probablemente todos sus libros, apilados por doquier a falta de estanterías, también tiene algo de irreal. Su discromatopsia (la más conocida, que no única, es el daltonismo) está en sintonía con su actitud contra lo establecido y la autoridad, tan propio de la generación beat. El joven Rusty-James —para mi, un beatnik, al que todos consideran una caricatura de su hermano— quizás tenga en su juventud, una oportunidad, la del que todavía no ha agotado su intento.
A continuación, un breve monólogo de Benny (Tom Waits), no presente en la novela original —no me canso de buscar insertos, por las intenciones que demuestran—, refuerza esta sensación del tiempo perdido.
“El tiempo es una cosa muy curiosa. Un elemento muy curioso. Cuando eres joven, eres un niño, tienes tiempo para todo. Luego pasas un par de años de aquí para allá y no es importante. Pero cuanto más viejo eres, más te preguntas: ¿Cuánto tiempo me queda?”
La relectura que hace Coppola de la obsesión por que los peces de colores (luchadores de siam o betta splendens) de la novela original sean liberados en el río, obligando a Rusty, otro pez de agua dulce, a alcanzar el mar, pienso que le debió venir al documentarse sobre el origen de estos peces de la cuenca del Mekong. Inevitablemente surgiría en su mente la asociación con Vietnam y el conflicto que acababa de retratar en Apocalypse Now (1979). Y dado su gusto por establecer simetrías entre sus películas es posible que decidiera invertir el viaje hacia el mar, para mostrar el rechazo de la siguiente generación, los jipis (Rusty y el capitán Willard parecen destinados a suceder a sus desquiciados referentes y ambos terminan tomando otra vía).

- Vamos ¡Lee mi futuro!
- No tienes futuro
- ¿Qué quieres decir?
- Tu futuro se acabó
                                               (diálogo de Sed de Mal)
En otro orden, la realización en blanco y negro con un estilo muy vanguardista en sus angulaciones extrañas y tratamiento del alto contraste, dista mucho del clasicismo de El Padrino, por ejemplo, de forma que parece una obra mucho más temprana. Quizás una vuelta a unos orígenes y gustos más personales, donde Sed de Mal (1956) es su referente. Rizando el rizo, tal vez un intento de tomar el relevo de su admirado Orson Welles, antes de que fuera demasiado tarde, en un típico síntoma de crisis de los cuarenta —para no insistir en las palabras de Benny, añadiré que la experiencia es un regalo fantástico en el billar, pero a partir de cierta edad no te hace ganar campeonatos o pregúntenle a Felson el rápido—.

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El billar es un deporte que obtuvo la carta olímpica en  Atenas 2004, aunque no haya llegado todavía a ser incluido en ellos (se postula que el snooker podría ser deporte invitado en Tokio 2020).
Su origen se remonta a culturas tan antiguas como Grecia y Egipto, pero no fue hasta el siglo XVII cuando empezó en Europa a tomar forma el juego que se conoce en la actualidad. De unos inicios nobles y exclusivos, con destacados personajes históricos entre sus aficionados, como el Rey Luis XI, Napoleón, el Cardenal Richelieu, Deng Xiao Ping y Brigitte Bardot, a lo largo del siglo XX fue tomando mala fama por los antros, las apuestas y los buscavidas que suelen poblar su mundo.
Su nombre parece proceder de la palabra francesa bille, bola, aunque los ingleses defienden la etimología de su fundador un tal Bill Yar. En España se hizo popular entre los afrancesados en tiempos de Fernando VII, de quienes se decía que le "hacían la pelota" cuando le preparaban la situación de manera que le resultase fácil hacer una carambola y meter las bolas en sus respectivos agujeros. Este curioso hecho también se recoge en la famosa frase: "Así se las dejaban a Fernando VII". Fuente wikipedia

R. A. Müller: Geschichte der Universität, 1990, S. 189 (Städtische Sammlungen Tübingen).
Existe una gran cantidad de modalidades de juego, aunque se suele hacer una primera distinción entre juegos de carambolas y el tipo pool (con agujeros o troneras). Su popularidad también ha permitido que parte de su jerga se incorpore al lenguaje cotidiano:
  • Ataque y atacar la bola, también tiro.
  • Banda: cada una de las cuatro repisas elásticas que delimitan la mesa y cuya intervención es tan importante como la de las bolas.
  • Bola blanca o cue ball: es la que el jugador debe impulsar con el taco. En la mayoría de las ocasiones es de tamaño y/o peso diferente de las demás o está magnetizada, lo que explica el misterio de que la mesa la devuelva. 
  • Bola 8 o negra: cuando se juega con las 15 bolas no se considera dentro de ninguno de los dos grupos (lisas o rayadas) y tiene un valor especial que varía según el juego o el momento de este. Suele asociarse al concepto destino.
  • Buchaca  o tronera (procede de burjaca o bolsa de cuero que llevaban los peregrinos)
  • Carambola: doble resultado que se alcanza mediante una sola acción.
  • Carro: falta que consiste en que el taco toca la bola dos veces por estar muy cerco o tocándose.
  • Chapolin: variante del juego en que un jugador elige banda de color.
  • Chamba o acertar por chamba, carambola que sale por casualidad
  • Cosmético, tiza de yeso de color azul
  • Diamante: cada una de las marcas en forma de rombo situadas a intervalos regulares a lo largo de las bandas y que se utilizan como referencia para calcular las trayectorias.
  • Flecha: la parte más fina del taco.
  • Huevera, también triángulo, bandeja para colocar las bolas.
  • Limar: acto de apuntar repetidamente el taco sobre la bola.
  • Lujo o bricol es lanzar a banda antes de acometer la carambola.
  • Piña y hacer una piña: la forma en que se colocan las bolas para comenzar el juego.
  • Porra o maza, la parte más gruesa del taco
  • Puente: la posición del taco sobre la mano
  • Rotura: el saque
  • Seguro: jugada que deja al contrario una posición en que no puede jugar directamente sobre ninguna bola.
  • Taco, el palo de billar.
  • Tacada es el número de carambolas que se realizan en una entrada.

La frase “no dar bola”, que nació junto a las mesas de billar, data de los años 20, cuando ese juego estaba en su apogeo. Era común que a la salida del colegio o cuando se hacían pellas (del diminutivo del latin, pila, pelota), los estudiantes se entretuvieran en algún café anotando carambolas. En ese ambiente, los clientes más temidos por el dueño eran los jugadores novatos, capaces de desgarrar el paño de un tacazo mal dado o romper una vidriera o un espejo. “A ése no le den bola (o bolas)“  era la consigna que recibían en tal caso los estudiantes.
"Cuando jugaba al billar, era como un buen psiquiatra, curé a muchos de sus ilusiones y fantasías"
George Hegerman, conocido como Minnesota Fats, jugador profesional.
"Nunca juegues a las cartas o al billar con un tipo que tenga el nombre de una ciudad en su apodo"
Anónimo (perdedor)