sábado, 11 de mayo de 2019

₰28 El problema del día

BASILIO:
Dadme un caballo, porque yo en persona
vencer valiente a un hijo ingrato quiero;
y en la defensa ya de mi corona,
lo que la ciencia erró venza el acero.
Pedro Calderón de la Barca, La vida es sueño, Jornada tercera parte II
Los acertijos son como un chicle pegado al pantalón: si sale solo, bien, si no, te acuerdas de la madre que lo parió. Aunque en algunas ocasiones no puedes dejar de mirar, ni de rascar, aunque se haya despegado, tú no.
Algo así me ocurrió con un acertijo que encontré no hace mucho y que reproduzco aproximadamente:
Un vaquero vino a un pueblo en Viernes, se quedó un día y se marchó en Viernes ¿cómo lo hizo?
La solución me pareció bastante obvia: era “a caballo”. Y no hacía falta mucho ingenio para adivinar su nombre; lo que a la vez validaba la proposición lógica que envolvía la pregunta.
Pero, en lugar de dejarlo a buen recaudo en el olvidadero, no hacía más que darle vueltas y más vueltas. Hasta que caí en que la pista del vaquero me había despistado de algo tan simple como la diferencia que hay entre un día (definido en cualquier diccionario como el tiempo que tarda la Tierra en dar una vuelta completa sobre sí misma y que sabemos que se realiza en 23 horas, 56 minutos y cuatro segundos, a la increíble velocidad de 1700 km por hora) y el viernes, o cualquier otro día, que para ajustarse al calendario tiene una duración estándar de veinticuatro horas. Así que el vaquero pudo salir del pueblo sin recurrir al galope.
¿Y el caballo? No lo sabremos, pero para mí que el jinete era el mismísimo Jim Bridger, un legendario hombre de la frontera que gustaba de narrar historias, a menudo fantásticas, capaz de apreciar la nobleza de un caballo lógico.
Decía que hubo un gran curandero crow que maldijo una montaña y todo lo que en ella se hallaba. Osos, alces y águilas transformó en piedras. Allí incluso la luz del sol y de la luna estaban petrificados.
Jim Bridger viendo que no podría llegar a su destino, propuso a su caballo que saltase sobre el cañón. Este le miró como si estuviese bromeando, puesto que les unía cierta complicidad, pero al ver que hablaba en serio, saltó y pudieron proseguir camino ya que la gravedad también estaba congelada.
El caballo aprovechó para repetir el truco una ocasión que estaba reunido con un grupo de ponys cerca de un precipicio. Jim contaba que nunca había visto cara tan sorprendida como la de aquél cuando comenzó a caer. Era un caballo bueno y lógico, pero descubrió demasiado tarde que en la mayoría de los lugares la gravedad no está suspendida.*
En tal paraje seguro que el tiempo también se había detenido. ¿Era quizás viernes?
Me gusta tanto el concepto que creo que lo utilizaré en algo de cosecha propia. Mientras tanto dejo una cuestión que bien pudiera habérsele dado al príncipe pastor:
Hay una belleza que cumple años cada uno de sus días, pero dime ¿dónde hallarla?
Se ha sugerido que los filósofos de la antigua Grecia animaban a sus alumnos a masticar resina de lentisco para fomentar el razonamiento. Cabría preguntarse si les quedaría pegada al quitón.

Puede hacerse una colección con las inconsistencias de los tiempos bíblicos.
¡Para otro día! 


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