martes, 23 de abril de 2019

₰27 Un cuarto, cuatro maravedís

Es tanta su majestad,
aunque son sus duelos hartos,
que aun con estar hecho cuartos
no pierde su calidad.
Francisco de Quevedo

La debilidad que todo el mundo siente por los acertijos me llevó, un día que navegaba azarosamente por la red, a visitar la página de un diario que retaba a descubrir entre doce monedas aparentemente iguales, una falsificación, un poco más pesada, utilizando una balanza de platillos un máximo de tres veces. Recordé, casi al instante, una historia que siendo niño me había contado mi padrino; uno de los pocos vestigios de él que me quedan hoy.
Versaba sobre un comerciante que había solicitado la hospitalidad de su hogar a un hombre al que se consideraba el más sabio de la región. Tras alabar la cena y como muestra de agradecimiento planteó como divertimento el problema de las monedas, sacando unas relucientes que tenía guardadas en una bolsita de terciopelo; que bien pudieran ser doce y de cobre en aquella versión.
Al cabo de unos minutos, el hijo mayor, que se sentaba a su diestra, expuso que había varias posibles soluciones, aunque si de nueve se hubiera tratado se resolvía con dos intentos, ni uno menos.
A su lado, otro de los hijos añadió que, para una docena bastaban dos mediciones si era conocido el incremento de peso de la falsa sobre una verdadera, partiendo dos, eso sí, con gran exactitud, y aportando una fracción de cada una, por ejemplo la mitad.
Frente a él en la mesa, el menor de los hijos, no había dejado de moverse adelante y hacia atrás. Había calculado que, si no importaba la integridad de las piezas y con diferentes divisiones hechas con igual precisión, se podía deducir del resultado de una única pesada. Dijo simplemente: UNA.
Entonces la mujer, que había estado atenta, aun cuando todavía estaba atareada con el cacharrerío, concluyó que no hacía falta tal despilfarro, ni del uso del tanteo, si se contaba con un fluido lo suficientemente denso para que flotaran las auténticas y que seguramente había otros procedimientos menos arduos con los que observar la diferencia.
Unos y otros comenzaron a discutir en defensa de sus propuestas cuando súbitamente, el padre, que se había mantenido hasta entonces impasible, dio en el tablero un golpe, tan certero que volteó once de las monedas, descubriendo a la intrusa.
Tras la sorpresa inicial y sopesando lo acontecido, el mercader anunció que era hora de retirarse y que partiría temprano, para aprovechar el alba; convencido como estaba de que más le valdría buscar mejor plaza para sus negocios.

Anverso de moneda de cuatro maravedís (cobre),
acuñada a nombre de los Reyes Católicos con
ceca de Cuenca.

P. S.: No habían pasado ni diez días cuando un buhonero pasó por su puerta. Entre otras bagatelas llevaba un estuche con doce monedas de bronce, incluidas dos inapreciables imitaciones...


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