viernes, 20 de julio de 2018

₰12: El crimen de M.W.


Las vacaciones, aparte de sus beneficios obvios, pueden ser el momento ideal para plantearse algo (o todo) desde una perspectiva diferente, aprovechando esa salida de lo que vienen en llamar el lugar de confort. De la azarosa elección de Carpatia (que suena bastante mejor que la Rumanía romántica de la agencia) puedo sacar tres ideas (que no pretendo que se tengan por originales): la absoluta ignorancia que tenemos sobre esa zona (y me da igual que hablemos de historia, arte, costumbres e incluso tópicos), que el romanticismo y los procesos intelectuales que llevan a este pensamiento parten del observador que se tiene por más civilizado y, finalmente, que donde no hay misterio, tendemos a inventarlo.
En esta última está el germen del siguiente microrrelato, un divertimento para noches de caluroso insomnio, aunque ciertamente hayan sido escasas, que he titulado el crimen de M. W. (homenaje a la gran dama del misterio, sin ser las siglas de su nombre).

El inspector lo había planteado como homicidio con ocasión de robo, para disgusto de los deudos, que reclamaban un (convenientemente) desaparecido diario, que desvelaría los celos de su consorte y los entresijos de su relación con un mancebo, que recibía amenazas de airear sus devaneos, por lo que a nadie le extrañó que, no pudiendo justificar su posesión de ciertos presentes, tomara las de Villadiego, y al que menos, a su albacea, que rastreaba transacciones a favor de un monje, ausente desde la víspera de autos y receptor tres días después de una esclarecedora misiva de la difunta. O no.

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