jueves, 31 de marzo de 2016

§66 Viñas y viñetas

Que toda carne es hierba, y toda su gloria como flor del campo. La hierba se seca, y la flor se marchita.
Isaías, 40:6-7
El fragmento del tercer sueño de Iván es uno de los más controvertidos y enigmáticos de esta película. Esta sentencia y sus variantes son el resumen más habitual que se puede encontrar sobre el mismo y constituyen un umbral que nadie pudiera (o quisiera) atravesar. Sólo por esto ya tendría un punto de interés. Pero si le añadimos la historia de cómo se le presentó a Tarkovski la oportunidad de dirigir su primer film siendo todavía un estudiante, rehacer todo el proyecto ajustándolo a la mitad del presupuesto que restaba y sorprender a público y jurado de Venecia, que le otorgó el León de Oro en 1962 (ex-aequo con Cronata familiare, de Valerio Zurlini), material suficiente para un guión, se transforma en una de esas encrucijadas a las que retornas de tiempo en tiempo, irremediablemente .
La película, que intenta no alejarse de la obra de partida, cuenta la vida de un niño-soldado —un auténtico monstruo creado por el hombre, digno de inclusión en un bestiario— durante la segunda guerra mundial con una dureza inusitada, más, si cabe, teniendo en cuenta que los actos más terribles ocurren fuera de campo. Pero esta linea argumental encuentra su estructura en torno a cuatro insertos oníricos, en los que habla el mundo interior del protagonista, el que acoge su auténtica esencia como persona.
Estos sueños son mostrados como tales, eso sí, con una gran belleza estética y lírica, que rompe con la crudeza de la realidad contada, y un denominador común, el agua, elemento en el que el autor se mueve como pez. Tarkovski señaló en varias entrevistas que le atraía especialmente por su inconstancia y adaptabilidad al recipiente que la contiene y no por tener un significado místico u oculto para él. De ser esto así, los caballos comiendo las manzanas caídas sobre la playa serían únicamente una bella estampa, acaso un recuerdo o ensoñación del propio autor.

Escena de La infancia de Ivan (1962) Andrei Tarkovski [Puede verse en YouTube]

Mirando ahora en mi interior recupero la imagen de un grupo de niños de regreso de un día de vendimia, sobre un remolque lleno de fruta, contentos de haber podido colaborar y de los cunachos recogidos, que nos acercaban según el número a la edad adulta. Y otras sensaciones nuevas que me guardo y que despiertan más tempranamente en las zonas rurales.
Recuerdo en particular recoger manzanas caídas y regalarlas como golosina a los pencos de mi tío, que se dejarían acariciar durante un rato como recompensa, y a los cerdos, a los que ni una loca se acercaría (embrutecidos como estaban de estar encerrados en una lóbrega pocilga).
Estas imágenes las asocié tempranamente con las viñetas de El Carro de Heno (1515), tríptico de el Bosco, que visitaba cada vez que me acercaban a Madrid a ver a mis abuelos (y cuando todavía la entrada era libre a los españoles, dada mi limitada economía) y ahora quedan adheridas también al sueño indescifrado: en el postigo derecho, el episodio de la tentación de Adan y Eva (manzana incluida), en la tabla central se muestra la muy diversa comitiva con la hierba ya recogida y en el siniestro,... —bueno, un infierno muy parecido al escenario de una guerra, con incendios y explosiones al fondo—.
También es común referir que esta obra ilustra una conocida cita de Isaías (con la que he abierto la entrada), aunque más me parece al contrario, que ésta no llega a abarcar la riqueza de referencias de la pintura —¡que me perdonen la blasfemia!—
Para terminar me gustaría apuntar que el cuadro se cierra con una imagen poco conocida, la que se oculta cuando se muestra, su reverso, de la que me ocuparé a propósito de la siguiente entrada.

El carro de heno, 1515, óleo sobre tabla, 147 x 212 cm
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El Carro de Heno (fragmento de artículo de Isidro G. Bango Torviso. Fuente Museo del Prado)
Se conocen dos trípticos firmados por El Bosco con el tema del carro de heno, ambos fueron propiedad de Felipe II: el que se conserva en El Escorial y el del Prado...
En la tabla central, como dice el salmista, mira Yavé desde lo alto de los cielos a los hijos de los hombres, todos se han descarriado, se han corrompido, ni uno solo hace el bien; diríamos que es la apoteosis de la locura humana; el pecado se ha apoderado de las gentes y éstas solo se mueven por él. Bosch utiliza un proverbio flamenco («El mundo es como un carro de heno y cada uno coge lo que puede») para ilustrar de una manera más popular el versículo del salmista. Ya los más antiguos comentaristas del cuadro hacen alusión al heno y lo que simboliza; así, el padre Sigüenza escribía: «Estos hijos del pecado y de la ira, olvidados de lo que Dios les manda [...] todos buscan y pretenden la gloria de la carne, que es como heno breve, finito, ­inútil». Todos, desde el emperador hasta el papa, de la nobleza al pueblo llano, se afanan por conseguir una brizna de heno, o el summum de alcanzar la cima del carro, que es arrastrado por seres monstruosos, claros símbolos del mal que conduce a la Humanidad. El padre Sigüenza identifica a estos seres con la soberbia, la lujuria, la avaricia, la ambición, la bestialidad, la tiranía, la sagacidad y la brutalidad. Pensamos que, tal vez, solo sean símbolos del mal en abstracto, o en todo caso aquellos ángeles desobedientes que se metamorfosearon en figuras diabólicas en la escena anterior. Sobre el carro, bajo el árbol del pecado, sus símbolos son la lechuza -la herejía o la malicia- y el jarro -la lujuria-, los pecadores movidos por la música -siempre en la obra bosquiana la música es incitación a la voluptuosidad-. Un demonio trompetero parece entonar la danza infernal que mueve a los pecadores. Como contraposición, un ángel implora al Señor por la Humanidad. Abajo, y en primer plano, la escenificación de una serie de actos pecaminosos de confusa interpretación: la buenaventura de la cíngara, la actuación del charlatán, la proposición de una monja a un personaje de sexualidad equívoca -simbolizada por la gaita-, etc. Pero por todo ese desenfreno la Humanidad tendrá su castigo. Lo advierte el salmista: «ya temblarán con terror a su tiempo». Bosco abre ante nuestros ojos los horrores del Infierno. En el postigo izquierdo muestra, sobre un muy significativo incendio de fondo, unas construcciones satánicas entre las que se pueden ver los demonios y los condenados.

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