domingo, 13 de marzo de 2016

§63 Res in dominum

Una de las desorbitadas sugerencias a que se ha aludido entre las que acabaron por unirse a la ballena blanca en las mentes propensas a la superstición, era la convicción sobrenatural de que Moby Dick era ubicuo, y que se le había encontrado de hecho en latitudes opuestas en un mismo instante de tiempo. Y, por más crédulas que debían ser tales mentes, esa convicción no carecía por completo de algún leve vislumbre de probabilidad supersticiosa.
Herman Melville, Moby Dick, cap. XLI
Leía una crítica hace pocos días en la que el autor se preguntaba si realmente tenía sentido realizar una película bajo los mismos planteamientos que hace una o dos décadas, si aportaba algo nuevo sobre su predecesora y si denotaba un agotamiento de las ideas en el cine estadounidense (Quim Casas, "Zoolander Nº 2, Vacaciones en Roma" en Dirigido por, nº 464, marzo 2016). Esas mismas preguntas referidas a Ben Stiller y la comedia americana actual pueden aplicarse a la totalidad de la producción destinada al gran público. Sin ir más lejos, en pocos meses hemos asistido al renacimiento de Star Wars, Mad Max y Jurassic Park a las que seguirán Independence Day, Ghostbusters y una lista —creo— interminable.
Habiendo más mentes dedicadas únicamente a explorar nuevas posibilidades que hace décadas ¿es sensato hablar de escasez? En términos absolutos, no lo creo. Ha crecido la demanda y eso se debe casi exclusivamente a la universalización del uso de nuevas tecnologías, que han conseguido modificar nuestras costumbres en poquísimo tiempo —¿quién no tiene la sensación de que alguien tenga pulsado permanentemente el botón fast-forward?—. El acceso a enormes catálogos de contenidos es fácil, instantáneo e individual. Y su coste se ha asumido como algo necesario y básico, equiparable al suministro eléctrico, de agua y calefacción.
En un ejercicio una amiga me cuenta que preguntó a sus alumnos qué objetos llevarían consigo si sobrevivieran a un apocalipsis y que en todas las listas estaba el teléfono móvil (y había una ausencia elocuente de libros). Cuando interrogó a una porqué respondió simplemente "es que si me quitan el móvil me muero".

Una vez establecida la dependencia el siguiente paso era suministrar un flujo constante de contenidos que aseguren los ingresos. La televisión lo tenía fácil con las series. El cine ha incorporado esa misma fórmula con las sagas: empezó con las literarias a las que siguieron las de simple adición o explotación.
En este caso, para no recibir la consideración del denostado remake han ideado el mucho más favorable reboot o renacimiento, que no es más que una puesta al día de intérpretes y contenidos con ingentes homenajes (la mención explícita en la escena a Hammond, el visionario creador del primer parque, remarca el continuismo). Y la novedosa incorporación a un "universo", donde se van añadiendo otras producciones con las que se interconectan. Digo novedad, referida al cine, porque ya se había probado con éxito con el cómic (Marvel Super Hero Contest of Champions, 1982). No es casualidad que el primer universo cinematográfico coherente lo haya establecido la propia Marvel (con permiso de DC, que va con retraso).
Con todo ello no niego la predisposición nostálgica de otra parte del público, acuciado por las consecuencias de la crisis económica; como tampoco la conveniente revisión cíclica que se hace de los "clásicos", quizás para mantener vigentes la idea de autoría, como la galería de monstruos de la Universal.

"Todo lo que no es tradición es plagio", aforismo de Eugenio D'Ors en el Casón del Buen Retiro
De hecho, he visto recientemente invorcar la nostalgia como argumento de peso, en su forma de si mantiene (o no) "la esencia" de tal y pascual; sobre todo referida a Lucas y Spielberg, quienes ya la habían utilizado inteligentemente en los 80 y los 90 en sus sagas, que retomaban el serial de los años 30 de Republic Pictures y Columbia (El llanero solitario, Flash Gordon, The Green Hornet, Superman y Batman, por poner ejemplos), que a su vez se inspiraban en el folletín y la novela de aventuras a la pantalla.

Escena de Jurassic World (2015) de Colin Trevorrow

Este corte me llamó la atención como lograda metáfora de lo que son y se busca con los blockbusters —con más dientes y tan inteligentes como pueda ser un dinosaurio— y cómo el cine tiene la capacidad de fusionar pasado-presente-futuro en un mismo espectáculo para todos los públicos; lo más normal es centrarse temporalmente para revisar el pasado, retratar el presente o especular sobre el/los futuro/s.
El juego de miradas de reconocimiento evidencia el recurso al sempiterno tema de la bella y la bestia, con la particularidad de jugar con las identificaciones; inteligencia y “temibilidad” —más que peligrosidad, si se me permite la licencia— evolucionan de forma inversa a lo largo de la historia.
Para terminar refiriéndose a esa cualidad inusual del color blanco que la relaciona —creo yo— directamente con la obra de Melville, que demostraba cómo el blanco destaca tanto la belleza y virtud, dando múltiples ejemplos de objetos y animales, como extrema el terror que puede llegar a producir:
“Era la blancura de la ballena lo que me horrorizaba por encima de todas las cosas.”
Ibid, c. XLII.
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El folletín (del francés feuilleton, diminutivo de feuillet, 'hoja', página de un libro) es un género dramático de ficción caracterizado por su intenso ritmo de producción, un argumento poco verosímil y la simplicidad psicológica. Recurre principalmente a la temática amorosa, pero también al misterio y a lo escabroso. Y aunque propio de las novelas por entregas, se ha dado también en otras manifestaciones, siempre con características similares. Es, en palabras de Jesús Cuadrado,
El género popular por antonomasia; y es la esencia de la cultura popular en cualquiera de sus facetas. Es, también, la cualidad evidente que el lector o espectador —sujeto pasivo— acepta sin extrañarse. Las coordenadas no variables de su privada gramática son, a su vez, la ética del mensaje.
«Los folletines divinos de San Juan Iranzo, que estará en los cielos», 1999
La exigencia estética de este género no suele ser muy acusada (aunque grandes escritores pudieron ver así publicadas sus obras) como consecuencia de la forma en que son producidas y pagadas, así como el medio por el cual son difundidas. Dado que se realizan a medida que son publicadas, las obras no siempre obedecen a un plan previo, aparecen incongruencias en la conducta de los personajes y no hay una presentación adecuada de las tramas secundarias. Además suele haber una distinción maniquea de buenos y malos, entre los que abunda el científico loco y el encapuchado.


Ya en las novelas decimonónicas, a veces se hinchaba el estilo o se alargaban los diálogos con monosílabos para ocupar más folios, porque se pagaba a los autores por hoja escrita (costumbre que conservan los notarios). Esto derivó en que los autores ya consagrados contrataran a personas que trabajan para ellos. Dumas, por ejemplo, llegó a tener setenta y tres colaboradores (o negros). Domina el adjetivo común, la metáfora tópica y la descripción pintoresca de paisajes exóticos.
En lo temático, se prefiere lo exagerado, lo exótico, lo crudo. Los actos de violencia, los raptos, los adulterios y la muerte del padre (hoy prima el trauma infantil por divorcio de los padres, superados los huerfanitos de Disney). Sus finales son siempre tristes o trágicos.
Otra característica del folletín es que está dedicado a todos los públicos, con independencia de edad, sexo y condición social (aunque las mujeres históricamente hayan sido más aficionadas al mismo). La horizontalidad de sus tramas y la técnica del suspense lo convierte en un producto con una fuerte capacidad de fidelización. Fuente wikipedia

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