domingo, 7 de febrero de 2016

§59 Catábasis

¡Roto el encanto del himno
que las contenía esclavas,
de nuevo las negras Furias
a Eurídice le arrebatan!
               Poema Orfeo de Vicente Wenceslao Querol

Tenía unos siete años cuando mi padre regaló a mi hermana una postal con una geisha que, dependiendo desde donde la miraras, sonreía y guiñaba un ojo por coquetería o complicidad. Fue la primera vez que me enfrenté a una imagen indecidible. Desde entonces he sentido una gran curiosidad sobre todo lo relacionado con las ilusiones ópticas y los objetos imposibles.
El ascensor pertenece a la categoría (que llamo) de espacios indecidibles. No pertenece a ninguno de los pisos y pertenece a todos. ¡Bien!, se puede considerar como un sistema independiente en virtud de su verticalidad, por oposición a la horizontalidad de los niveles. Y también es cierto que tiene reglas propias. La cortesía dice que se debe ceder el acceso de entrada a las demás personas, salvo en los ascensores, donde se invierte el algoritmo —he introducido intencionadamente este término porque es el que rige el comportamiento del propio aparato— de las normas sociales.
Pero no hay que olvidar lo importante: forma parte del edificio.
Para lograr un funcionamiento más eficaz, los ascensores poseen una memoria que almacena las peticiones de llamada, que atiende priorizando las que responden al sentido de movimiento de la cabina en cada momento. Parece simple, aunque en los hoteles siempre vemos a personas que se empeñan en dar al botón de bajar, cuando en realidad lo que quieren es subir, o viceversa; así se aumenta el caos de pasajeros, sobre todo a la hora del desayuno —esto último, que pensamos todos, bien lo podría haber dicho un habitante de Mundodisco (Terry Pratchett).

Imagen del curioso ascensor llamado paternoster
Dentro del ascensor, también se establecen directrices propias, como renunciar al espacio personal para dar cabida a más viajeros. Cosa que facilita tener un encargado con autoridad suficiente. Recuerdo en especial mi experiencia en el ascensor de las minas de sal de Wieliczka (cerca de Cracovia), en la que descubrí que no tengo atisbo de claustrofobia.
Otro tema es la dilatación del tiempo en el trayecto y la incomodidad de los silencios que, como dice el Capitán, se soluciona con un poco de música.
Volviendo a las fobias, Woody Allen ya había sacado partido del ascensor como vehículo para el descenso a los infiernos o catábasis en Desmontando a Harry (1997).

Escena de Capitán América: El soldado de invierno (2014) de Anthony y Joe Russo

En esta escena (para mi crucial para la película), Nick Furia ejerce de trasunto de Mefistófeles en un monólogo que Samuel L. Jackson recita como si se tratara de un film de Tarantino, mientras bajan al inframundo de Cleveland. De hecho el abuelo bien podría ser el padre de Jules Winnfield (Pulp Fiction, 1994) y la pistola (la Cobra Derringer cabría perfectamente en la fiambrera), la habría heredado de Django (Django desencadenado, 2012) —aunque habla de una Magnum 22, se refiere a la munición, de un calibre pequeño y barato, popular en armas de defensa personal—. 
Sus sibilinos argumentos son los mismos que se utilizaron tras los atentados del 11-S, que han derivado en la renuncia voluntaria de los ciudadanos a parte de sus derechos en pro de la seguridad. El peligro que representa priorizar esta línea de pensamiento es uno de los temas centrales de la película.

Cobra Derringer

Sin embargo, la catábasis debe ir seguida de una anábasis o resurrección para que pueda ser considerada distinta de una simple muerte:
... fue crucificado, muerto y sepultado, descendió a los infiernos, al tercer día resucitó de entre los muertos ...
Credo católico
La imagen de Jesucristo en los infiernos ha constituido uno de los debates más encarnizados de la fe cristiana y origen de algunas herejías, como la de Pelagio. Sin profundizar demasiado, una de las consecuencias de su pensamiento es la definición del "limbo" (medius locus), espacio indecidible, que no es el cielo ni el infierno, que acoge las almas de los nonatos y los que no han cometido pecados personales, pero que, como no han recibido el bautismo, no están libres del pecado original.

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El desarrollo del pelagianismo fue posible gracias a la amistad que el heresiarca contrajo en Roma con Celestio, abogado de noble ascendencia y asceta entusiasta. Quien, en su condición de hermano lego, se esforzó por convertir sus máximas prácticas, en principios teóricos que fueron propagados en Roma con éxito.
Tras la entrada de Alarico en Roma (410) embarcó para África del Norte, donde fue acusado por las tesis de su obra Contra traducem peccati (perdida), quintaesencia del pelagianismo:

  • Aun si Adán no hubiera pecado, habría muerto.
  • El pecado de Adán lo perjudicó sólo a él, no a la humanidad entera.
  • Los niños recién nacidos se encuentran en el mismo estado que Adán antes de la caída.
  • La humanidad entera ni murió a través del pecado o de la muerte de Adán, ni resucitó a través de la resurrección de Cristo.
  • La ley mosaica es tan buena guía para el cielo como el Evangelio.
  • Antes de la venida de Cristo hubo hombres que se mantuvieron sin pecado.

Aunque hoy no parezcan demasiado peligrosas, la controversia sobre la Gracia divina y el libre albedrío suponía el ser o no ser para la Iglesia como institución tal y como la conocemos.
El Concilio de Cartago (418) dejaría zanjada la disputa teológica y la Epístola tractoria del papa Zósimo, resumen de la causa, enviada a todos los obispos para su confirmación firmada, no lograron acabar con el movimiento, aunque dieron comienzo a la persecución de sus adeptos hasta su fin, aproximadamente un siglo después.
La figura de Pelagio aparece empleada como macguffin en la película El rey Arturo: La verdadera historia que inspiró la leyenda (Antoine Fuqua, 2004), donde se menciona que fue el mentor del joven Arturo. Fuente wikipedia

[Ahora si, puedo incluir sin peligro la hilarante escena de Woody Allen]



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