MUSICOS:
“Mientras en el mundo viva,
no es justo que diga nadie
qué largo me lo fiáis
siendo tan breve el cobrarse.”
Tirso de Molina, El Burlador de Sevilla (1612-25), acto tercero, p.138
Algunas de las mejores historias de Agatha Christie
tienen el dudoso mérito de ser tan conocidas por sus adaptaciones
cinematográficas que cada vez menos curiosos se acercan al texto para desentrañar la intriga
original —y eso que son muy accesibles por extensión, el lenguaje utilizado en las
traducciones e incluso precio—. En este caso concreto, habría que añadir el aliciente de que
los finales propuestos traicionan la intención de la autora —he
leído que una versión rusa y una reciente serie británica respetan su desenlace, pero no he tenido todavía oportunidad de comprobarlo. ¡Animo, pues, a recuperar
el hábito de leer antes de ver! o de catar el auténtico, frente al sucedáneo, si lo prefieren—.
Aparte del epílogo, en Diez Negritos (Peter
Collinson, 1974) hay otras evidentes alteraciones de la novela: el escenario principal pasa de una acomodada residencia en una isla británica, a un palacio de lujo oriental en
medio del desierto iraní (el hotel Shah Abbas de Isfahan, ciudad donde también se
filmaron algunas estampas turísticas de su mezquita) y se introduce una
subtrama “española”, tan innecesaria como pintoresca. Supongo que fruto de la cuota exigida en los acuerdos
de la coproducción internacional.
En ella Rik Battaglia y Teresa Gimpera se encargan de proveer
lo necesario al plan de Mr. Owen (hay un personaje en la novela llamado Isaac Morris, que
ejerce similares funciones, también relacionado con el mundo de la
delincuencia).
Como si de un cuento de Sherezade se tratase, mágicamente son trasladados a un fresquito atardecer madrileño, con el templo de Debod al fondo —aunque bien pensado, lo que en los sesenta era pura fantasía, hoy puede ser cotidiano—.
Escena de Diez Negritos (1974) de Peter Collinson
No se si por providencia, pero este escenario le añade un nuevo halo de misterio y maldición. Me explico: el templo está situado en un alto, en el que estuvo el Cuartel de la Montaña, donde se produjo un sangriento episodio al inicio de
la Guerra Civil española. El 19 de julio del 36 el General Fanjul se hizo
fuerte en sus dependencias, con 1500 de sus hombres y un puñado de falangistas, y proclamó el estado de guerra, que fue sofocado casi instantáneamente por tropas leales a la República.
El edificio, que ya había sido seriamente dañado durante el asalto,
recibió en el transcurso de la contienda numerosos impactos por su cercanía a la línea
del frente, prácticamente estable desde 1937. Al finalizar la guerra quedaba tan solo un conjunto de ruinas. Posteriormente, ninguno de los proyectos para aprovechar el solar
prosperó, hasta que fuera cedido al Ayuntamiento de la capital, que se planteó destinarlo a parque público. Antes de que D. Carlos Arias Navarro lo inaugurara en 1972, se decidió que
albergara al templo egipcio “regalado” a España en 1968, como agradecimiento
por la ayuda prestada para la preservación de algunos templos de Nubia (principalmente el
de Abu Simbel —¡maravilloso, lo juro!—) amenazados por la finalización de las obras de construcción de la presa de Asuán.
Además de España y por la misma colaboración, Italia recibió el Templo de Ellesiya (en el Museo Egipcio de
Turin), Países Bajos el de Taffa (en el Rijksmuseum van Oudheden, de Leiden) y Estados
Unidos, el Templo de Dendur, actualmente en el Metropolitan Museum de Nueva York (donde
vimos pescar a Robert Neville en su estanque en Soy Leyenda, Francis Lawrence, 2007).
La reconstrucción se hizo por el método de anastilosis o estudio metódico del ajuste de los elementos de su arquitectura, añadiendo piedra nueva diferenciada para las partes perdidas que, en este caso, se trajo de las canteras de Villamayor, Salamanca.
Aunque los bloques exteriores fueron tratados químicamente para protegerlos y reforzarlos, la contaminación, el clima de Madrid, el vandalismo y otros malos usos han dejado profundas huellas en el monumento.
“Ocho negritos viajaron por Devon (¿o Debod?)El templo de Debod se calcula que pudo haber sido erigido hacia el siglo I a. C. para el culto de Amon de Debod e Isis (dioses que no están emparejados en el panteón egipcio). Aunque muy discutible, existe una leyenda que logra relacionarlos: Leonardo da Vinci habría aceptado realizar encargo de retratar a la mujer de Francesco del Giocondo, llamada Mona Lisa, por la coincidencia del anagrama de Amon e Isis (Amon L'Isa). De la unión de los símbolos de la fertilidad masculina y femenina resultaría la (con)fusión de sexos de La Gioconda (Dan Brown, El Codigo da Vinci, Dan Brown, 2003, cap. 26).
Uno se escapó (el general) y quedaron
Siete.”
Volviendo a la ubicación de la escena, el alto en el que
se asienta el templo, y antes el cuartel, era conocido como la Montaña del Príncipe
Pío, por su propietario Francisco Pío de Saboya, que la había recibido de Felipe V por su apoyo durante la guerra de Sucesión; como anécdota añadiré que murió ahogado en una presa en 1723. En ella se supone uno de los lugares
en que las tropas francesas de Napoleón fusilaron a los sublevados del
alzamiento de 1808, suceso inmortalizado por Francisco de Goya.
El 3 de mayo en Madrid, o ''Los fusilamientos''
1814. Óleo sobre lienzo, 268 x 347 cm.
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El escenario planteado por el artista no se corresponde,
sin embargo, con la zona del Príncipe Pío (aunque tampoco niega que aquí se produjeran). Analizando
los perfiles de las torres de las iglesias, así como la puerta monumental, y la
disposición de las casas al fondo o en el terraplén a la izquierda, la escena
podría estar situada a la salida de la Puerta de la Vega, derribada en 1820, al
final de la calle Mayor. La torre más alta podía ser así, la de la iglesia de
Santa Cruz, conocida entonces como la "atalaya de Madrid", por ser la
más alta de la ciudad y visible en la distancia. La otra, de menor altura,
sería la de Santa María la Real, la iglesia de Palacio, y el desmonte contra el
que están siendo fusilados, los terrenos cercanos al Palacio, emplazado a la
izquierda, fuera de la escena, por lo que Goya pudo haber insinuado así (aquí
también), que la muerte de los rebeldes había sido en defensa de la Corona, como
en el ataque del 2 de mayo de 1808 en Madrid, o "La lucha con los
mamelucos". Fuente Museo del Prado
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La decimatio era uno de los máximos castigos aplicados en el ejército romano. La palabra proviene del diezmado de tropas. Se trataba de una medida excepcional que se solía aplicar en casos de extrema cobardía o amotinamiento.
El castigo consistía en aislar a la cohorte seleccionada de la legión amotinada y dividirla en grupos de diez soldados. Dentro de cada grupo se echaba a suertes quién debía ser castigado (independientemente de su rango), el cual debía ser ejecutado por los nueve restantes, generalmente por lapidación o por golpes de vara.
Los supervivientes eran obligados a dormir fuera del campamento de su legión, hecho de gran peligro en época de guerra.
Supuestamente, el castigo debía aleccionar a los soldados supervivientes y a las demás cohortes, pues la muerte podía llegar aleatoriamente, a manos de los propios compañeros. Sin embargo, más habitualmente, la decimatio rompía el espíritu de cuerpo y la unión entre compañeros de armas (ejecutores por sorteo de sus propios hermanos de armas), minando la confianza hacia los comandantes de las legiones que ordenaban tal castigo: el emperador bizantino Mauricio advertía contra los castigos arbitrarios en su obra sobre ciencia militar Strategikon, indicando que hacían más daño que beneficio a la moral de la tropa. Fuente wikipedia
El castigo consistía en aislar a la cohorte seleccionada de la legión amotinada y dividirla en grupos de diez soldados. Dentro de cada grupo se echaba a suertes quién debía ser castigado (independientemente de su rango), el cual debía ser ejecutado por los nueve restantes, generalmente por lapidación o por golpes de vara.
Los supervivientes eran obligados a dormir fuera del campamento de su legión, hecho de gran peligro en época de guerra.
Supuestamente, el castigo debía aleccionar a los soldados supervivientes y a las demás cohortes, pues la muerte podía llegar aleatoriamente, a manos de los propios compañeros. Sin embargo, más habitualmente, la decimatio rompía el espíritu de cuerpo y la unión entre compañeros de armas (ejecutores por sorteo de sus propios hermanos de armas), minando la confianza hacia los comandantes de las legiones que ordenaban tal castigo: el emperador bizantino Mauricio advertía contra los castigos arbitrarios en su obra sobre ciencia militar Strategikon, indicando que hacían más daño que beneficio a la moral de la tropa. Fuente wikipedia
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